Al fin y al cabo solo me tengo en mis escritos, ni en mis pensamientos, ni en el lógico accionar. Me escribo de formas extrañas muchas veces; pero son esas formas las que más me reconocen o en las que más me reconozco yo, que soy solo un montón de palabras sueltas atadas entre si de torpes ataduras transitorias; podría intentar y redundar. Si es ésto y lo otro lo que suelo hacer para parecerme interesante. Me invento en un desfile de personalidades algo pretenciosas y rimbombantes como la palabra usada. La pedantería muchas veces me acosa. Y me entrego a ella porque escribo, solo por el hecho de escribir y escribirme. Si quiero hablar: escribo. Por ejemplo si quiero decir “pera” escribo: “perá”, y me voy confundiendo en un sin fin de asociaciones bolas. Los argentinos tenemos mucho el vicio de enredarnos y crearnos y creernos, y nos hace interesantes si lo pensamos bien. Es que ahora mismo me acosa una duda fea. Me encuentro en una cavilación fulera: ¿soy, acaso, una pera y no un hombre?. O lo que seria peor: ¿soy acaso, un “perá”?.
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