jueves, enero 31, 2013

PUNCTUM de Martín Gambarotta



10

No hay, no va a haber, no hubo
no hubo, no, no hay, no va a haber
ni hubiese habido si; no hubo,
no hay, no va a haber, no,
hubo, nunca, ni hay, ni puede
haber, no hay, ni debe haber
habido, no hay, no hubo,
ni va a haber errores de línea
en el cráneo, la curva perfecta
de los huesos frontales,
no hubo, no hay, mejor serie que Kojak,
ni máscara más concreta
que estas antiparras de soldador
para pasar la poda de la noche
neutra, no hubo, noche
neutra ni clara, no hay martillo
neutro ni pesado, no, que martille
agarrando el mango del martillo
para martillar con el martillo
la madera de los hechos, no hubo,
no hay: Kojak vendió su coche en llanta
a los chacales, entregó el escudo y arma
al Capitán Griego, los negros amagan
con quemar un kiosko y no lo queman;
no va a haber, Cadáver, mañanas
reales de color tierra
para usar el gatillo, un gatillo difícil,
tenso, que se resiste a ser gatillado
contra algún objetivo enemigo,
ni hay, no hubo, ni hubo de haber,
tiza para delinear con tiza
el contorno de la víctima tirada
boca abajo en el suelo duro;
no va a haber, líneas
de carbonilla en el cielo,
líneas de grano tieso y reventado,
líneas negras que cruzan otras líneas, en ángulo oblícuo
formando enredaderas con líneas
que se despuntan en líneas
que se pierden hacia un fondo
rayado por otras líneas curvas, ni hubo,
ni hay, no hubo no, no va a haber, no hubo,
ni hubo de haber habido, no hay, no.
Escopetas recortadas en cartón, bidones
de nafta, plantas alicaídas,
descompuestas, antes de lograr
una forma madura bajo el toldo,
vidrio molido en la carne picada,
una vieja con el tobillo sangrándole
bajo la media de nylon, el personal
de limpieza en la planta baja de IBM,
una cuadrilla de negros
que se deja caer del camión
para romper una calle.

lunes, enero 28, 2013

PUNCTUM de Martín Gambarotta



9
Cadáver, en las horas sin trabajo
arrastradas por el espanto, la mesura
5 calles te separan de tus tortugas
- la ciega, la de corazón seco -
que duermen, bajo la cama, en una caja de cartón.
500 metros más largos que 500 años.
Si fuera hasta la cocina, vería lo que quedó de la escena,
la disposición de las sillas sin cuerpos
donde Confuncio discutía anoche.
Confuncio, que no se sabe cuándo está hablando
en joda y cuándo en serio,
hacía brillar la cabeza de un alfiler
contra una luz cualquiera.
Un expulsado del paraíso,
la vez que todos los pibes de la agrupación arrugaron
(FS se fue a Mar del Plata en un ambulancia de ATE,
ST a criar gansos a Venado Tuerto) se quedó el verano
a ver cómo los pendejos mojaban el culo en la fuente
y enterado que la chica thrashera con la que pasó
medio año andaba pensando en matarse,
dijo, dice o va a decir en la cocina:
me alegro por ella.
Si cada persona tiene un objeto asignado
que lo representa, Confuncio
es un arquero, despintado, de metegol.
Cuando lo traicionaron
los de la 7 de Mayo
que le habían prometido un par de cargos
pero después arreglaron por atrás con el Senador Pachuco
pensó en largar. Se fue bordeando
el río hasta la terminal y pasó un rato
calando la gentuza: una vieja con el
ojo tapado con una gasa
sentada, un ciego escuchando walkman
la cara de verdugo del repartidor
de bebidas y su tatuaje
en el brazo izquierdo: KISS;
hasta que únicamente quedaron en la plataforma
dos micros con los motores en marcha
y le costó decidir si tomar el que salía
para el sur o el otro, más nuevo,
pero con un solo foco prendido
que lo llavaba al norte
o si de última quedarse ahí mirando
cómo se apagaban las luces
de la terminal, automáticamente,
cuando se hacía de día.

culturainquieta . com

jueves, enero 24, 2013

PUNCTUM de Martín Gambarotta



8
En un sentido
si fuera hasta la cocina donde
anoche estuvo el Guasuncho vería
el filtro de un cigarrillo flotando en el agua
estancada de la pileta, las
etiquetas de las 5 o 6 botellas
dejadas por días al sol perdiendo color,
moho azul
entre los restos de un té,
una foto recortada del diario
pegada con un imancito
a la heladera: un delantero de la B.
Se deja estar en la curva del silencio.
Ni hablar
de abrir la canilla
para tomar del pico, para sentir, no el sabor del agua sino
más bien el gusto metálico de los caños
que la llevaron de un río hasta el lugar,
un resabio de óxido en el agua
ese gusto, rojo, del tiempo pasando.