Palimpsesto. Hiperbóreo miticista. TUGURIO.- - .... --- .-. .. -. --- -.-. .- .-. .- -- -... .- Dermatilomanía lingüística: KISSING TUJES___
miércoles, mayo 29, 2013
martes, mayo 28, 2013
La Banda de los Chacales (2da. parte) Enrique Symns
SEGUNDA PARTE
LA
BANDA DE LOS CHACALES
por
Enrique Symns
LA VENGANZA DE LOS CHACALES
La
fuga.
Algún
día siempre llega. Claro, si vos lo estás esperando.
Porque
la gente vive la opereta de la vida como si fueran extras. Hacen número,
van a la guerra o a la cancha conformándose con el pan y cebolla
de la gloria. Les pagan poco: los dejan comer, cagar, dormir, echarse
un mal polvo y en el medio les enseñan 200 palabras para que
las usen para decir siempre que sí.-
Hay
otra gente, que descubrió el curro, y se hace almacenero. Aprenden
a ganar mosca, a ganar concha o pija o a tener un poco de suerte en
el escenario jeropa de la fama. Un día cualquiera, por suerte,
se mueren de un paro en el bobo o desaparecen en el chupadero del cáncer.-
A
mi me gustan los que viven la vida como si fuera una cárcel y
se la pasan durante toda la lunga historieta haciendo un agujero en
el paredón de la vida para escaparse a la muerte.
Nosotros,
los Chacales, somos de esos.
En Caseros, tratábamos de hacernos los boludos pero no lo creían ni las pulgas que en vez de picarnos nos daban besitos. Los demás sopres nos esquivaban como si fuéramos charcos de lepra.
En Caseros, tratábamos de hacernos los boludos pero no lo creían ni las pulgas que en vez de picarnos nos daban besitos. Los demás sopres nos esquivaban como si fuéramos charcos de lepra.
Los
pesutis, para no hacer papelón, se mudaron al polo norte de la
tumba. Los covanis nos tenían tanto cagaso que si decíamos
que queríamos mear, abrían la boca bien grande.
Nos
habíamos mentalizado para bancarnos la reja. Si te hacés
la cabeza podés vivir doce años adentro del sócalo.
El que menos se lo bancaba el Pijo que te3nía terribles pesadillas
y empezaba a confundir culo de sopre con concha de rubia. La única
manera era alimentarlo a puré de lexotanil para enfriarle la
calentura.
No
podíamos ni hablar entre nosotros porque los quías nos
vigilaban hasta cuando cagábamos y escuchaban el ruido de la
soretada caer en el agujero. Esperábamos. Cualquier cosa: la
tercera guerra mundial, la invasión extraterrestre, el retorno
de la guerrilla o un descuido de cualquiera de los covanis. Pero la
viigilancia no se relajaba, la orden era marcarnos de cerquita por toda
la eternidad.
Estoy
Muerto hizo un curso de sogas, limas, túneles pero yo sabía
que era al dope, el único yeite era inventar una que nunca hubiera
sido inventada y que al patentarlo te tomás el piro.
Y
así fue, algún día un día llegó.
El
juez nos mandó llamar por quincuagésima vez. El quía
estaba enamorado de nuestro caso y entró en una de acostar jurisprudencia.
Yo había dado la orden de hacer un silencio más impenetrable
que el Matto Grosso. No declarar poronga ni una. Nos llevaban al palacio
del simulacro dos o tres veces por semana. Ibamos custodiados igualito
que Reagan.
Trescientos
patrulleros y un carnaval de sirenas policiales que ponían sobre
aviso a la gilada; “¡Ahí van los Chacales!-
gritaba el boludaje cuando veía la murga azul enfilando para
el centro.
Aquella
última vez no fue un día como todos.
Hay
veces que el día de pasado-mañana le hace un guiño
al día de ayer y entonces vos sabés hoy lo que te va a
pasar mañana. Y ese día, cuando nos subieron al bondi
de la colectividad de los afanados del mundo y, vimos las caripelas,
la alarma de fuga nos recorrió el espinel de la dorsal igualito
que cuando una trucha se engancha en el anzuelo de un pescador.
Y
así llegamos al laberinto de Tribunales, con la misma sensación
que tiene un coquero cuando ve llegar al diller.
Nos
cargaban de cadenas igual que a King Kong. Y nosotros íbamos
llevando el bocho, que es la caja de la mirada, bien apuntado hacia
el sopi cosa de que los ratis no vieran las ganas que teníamos
de destriparles la vida.
En
cuanto entramos al juzgado, vimos que la cosa había empezado.
En lugar de la atorrantita frígida de la secretaria, estaba la
Anarconda disfrazada lo mejor que pudo de persona normal. El pinche
era Trolón y el secretario del juez era el mismísimo Peronito.
Toda
la atorranteada de Lanús había participado del operativo
rescate. Se habían caído (un ácido como corresponde
para tales eventos) en el juzgado y después de encerrar al forraje
leguleyo en los armario ocuparon sus lugares.
El
problema fue que no pudieron representar una obra muy realista que digamos.
Más que actores de una peli de Sandrini, parecían zafados
de “The wall”; así que los ratis se avivaron al toque.
No les sirvió de mucho porque en cuanto intentaron sacar sus
pijas calibre 45, los sumergimos en las cálidas aguas del sueño
eterno.
Fue
darse un saque de un par de mogras por nariz, para que los Chacales
entraran en ritmo: vestirlo al Itaka con su armadura de guerra, usarlo
al Estoy Muerto como bolsa de pan para llenarlo de cuchillos, disfrazarlo
al Pijo de naca y hacerles unas caricias en la nuca a los ratis que
esperaban en la puerta; todo hecho en el mismo tiempo que vos tardás
en decir la palabra Sorete.
Lo
que fracasó fue el papel del Pijo. El quía no tenía
pasta de actor y, en cuanto lo vieron bajar las escaleras asfixiado
y asqueado en su disfraz de rati, hicieron sonar todas las alarmas.
Eramos
una patota terrible así que ahí mismo decidimos separarnos.
Peronito, Trolón y Anarconda se hicieron más que humo,
pedo y se mezclaron con la gilada.
Y
nosotros, la chacaleada, como una avalancha mortal, nos arrojamos por
las escaleras que dan a la calle Talcahuano y enfilamos hacia Corrientes
usando al Itaka como punta de lanza de nuestro ataque. El looque del
Itaka era tan espeluznante que hasta los nacas se hacían cocó
en los pantalones. Otra que Terminator o la pendejada de Allen, el loco
era un misíl ambulante y le salían balas hasta del agujero
del orto.
No
fuimos bilardistas, más bien monottistas: todos al ataque y al
arco que lo cuide magoya.
Tarde
nos dimos cuenta que Peronito como estratega es lo mismo que haberlo
puesto a Borges de centroforward. No hay nada que lo aburra tanto al
Peronito que tener que unir siete ideas en su cabeza. Cuando juntó
las siete se le escaparon las dos primeras y así todo el tiempo.
¿De
qué hablo? De que se olvidó de poner un piróscafo
en la tapuer de la justicia cosa de tener un modo de zafar rapidito.
Así
que de repente nos encontramos corriendo por la calle Corrientes sin
saber hacia donde joraca correr y rodeados de dos o tres mil giles desbandados
que cacareaban como gallinas. La única que se nos ocurrió
fue hacer quilombo.
Estoy
Muerto aullaba igualito que un dinosaurio cojiendo; Itaka, que tenía
la orden de no matar a nadie, disparaba sus cañones apuntando
apenas arriba del terror de la gentuza. El Pijo aprovechaba la corrida
para ir degenerando a las pendejas que pasaban.
No
habríamos llegado muy lejos de no ser por la repentina aparición
de la muchachada del MAS que venían protestando en contra de
alguna de las ocho mil chotadas que se mandaba el radichaje. En cuanto
los rebeldes con camiseta nos vieron y vieron a la yuta que por atrás,
cobardemente, se preparaba para borrarnos de este valle de excrementos,
se abrieron como un embudo y nos tragaron hasta el centro de la panza
de su ejército protestador.
Y
así nos fuimos derramando, como una dulce diarrea estival, sobre
las calles de la ciudad, avanzando hacia el Congreso y aprovechando
la caminata usábamos a la barra brava de los troskos como vestuario:
al toque nos convertimos en ardientes bolches.
-“¡Juicio
y castigo a los culpables!”- gritamos furiosamente cuando
zafamos de la marcha y nos zampamos en el subterráneo Retiro-Constitución.
El viaje por la cloaca fue tranqui y caretón. Para hacerla completa,
sostuvimos a los gritos una discusión marxista, tema del que
ninguno de nosotros tenía la más puta idea pero que como
la mayoría de la gente tampoco, sirvió para empezar una
polémica digna de ser televisada, en cadena, a todo el ispa.
Como a la gilada les encanta el chamuyo al dope, nos bajamos en la estación
San Juan y los dejamos entreverados en la parleta. Parecían catorce
mil gatas peludas apiñadas en la corteza de un árbol de
ciruelas.
Y
nosotros, puteando bajito, nos hicimos humo hacia el escondrijo.
La
venganza
El
Papa, ese gran hijo de dios, nos salvó cuando ya nos tenían
contra las cuerdas. Si bien el refugio del Peronito era bastante inexpugneta,
en cuanto se pusieran a rastrillar en serio nos enganchaban.
La
llegada del polaco errante distrajo la mirada del referí Troccoli
y a pesar de que el botonaje televisivo nos siguió dando con
un bazzoka, (comparado con nosotros, Charles Manson aparecía
como un buen candidato al premio nobel de la paz), pronto dejamos de
ser primera plana de las ganas de distraerse de la gente.
Así
que con la mosca que nos quedó por reventar dos loquis de blanca
nos compramos pilcha, un par de guitarras y nos fuimos a Mar del Plata
disfrazados del grupo de rock “Cáncer & Sida”.
Nos alojamos como bacanes en un hotel de cinco soles y la troupe estaba
completa: Anarconda de groupi, Peronito de representante, Trolón
I y II de plomos y Jeringa como ortiva de prensa. Nosotros éramos
la banda y formábamos así:
Itaka en batería,
Estoy Muerto en guitarra;
El Pijo en bajo,
y el que esto te vende en voz.
Itaka en batería,
Estoy Muerto en guitarra;
El Pijo en bajo,
y el que esto te vende en voz.
Cuando
la paranoia se tomó el buque me dí cuenta que la banda
corría el riesgo de desintegrarse. Viste que no se puede vivir
sin un plan. Te enganchás como una pantufla. Mucha frula, mucha
conchita rockera moscardoneando, mucha pileta y morfi finoli de ese
que no tiene gusto a nada. Se te empieza a engordar el cerebro, le sale
zapán al alma y, sin darte cuenta, se te jubila la bronca.
Pero
no había caso de inventar una. No se me ocurría como seguir
con el plan de secuestrar al presidente sin caerse del primer peldaño.
El boga fue muy claro:
-Quédense
tranquilos un tiempo hasta que la ley vuelva a echarse una siestita.
Si salen ahora, son boleta...
No
hay nada peor que estar de vacaciones en medio de la guerra.
Hasta
el Pijo se acostumbró a tener conchita fresca sin tener que recurrir
a la violeta. Le salió barriga a la pija y coger se le puso aburrido.
Itaka era un viejo tanque oxidado, un panzer atascado en el barro de
champagne con frula.
No
podíamos ni salir del hotel. Un día fuimos a la playa
enfundados en un disfraz de turista careta (sombrilla, anteojos negros,
silla plegable y todo el curro) y hasta las boludas de las gaviotas
nos sacaron la onda.
Como
líder yo me esforcé por conservar no te diría la
imagen sanmartiniana pero si mengueliana de mi mismo. Me sentaba al
borde de la pileta saboreando con cara de asco mi vodka con gancia,
y ponía mi mirada fija en esa pajería infinita que es
el cielo, con cara de estar gestando el mayo francés. La verdad:
mi cabeza era un envase hermético y sellado al vacío de
nada. Encima Estoy Muerto y Anarconda entraron en una de romancear y
andaban enroscados dandose esos besuqueos pegajosos que no apuntan a
que todo termine en cojinche sino en la chitrulez del cuchicheo. Así
de podridas estaban las cosas cuando el Peronito que no sé si
te dije que desayunaba, almorzaba, tomaba el té y cenaba con
ácido y que ya no tenía lo que se dice una mente o un
alma o lo que carajo sea lo que hay en la parte de adentro de las personas
sino más bien un manicomio con todos los psiquiatras y enfermeros
en huelga; te decía que así estaba la onda cuando el Peronito
entró en una de tomarse en serio su papel y le consiguió
un contrato a la banda “Cáncer & Sida”
para tocar en un boliche rockero en el centro mismo de la Infeliz.
Como
explicarte: los únicos instrumentos que cualquiera de los chacales
sabían usar eran ametralladoras, pijas, navajas o camiones.
-No
hay problem- dijo Peronito haciéndose el Grinbank- se
suben ahí y sacuden las guitarras, a la pendejada le copa el
ruido. Llevamos unos cuantos perros y los destripamos en escena, onda
Kiss, viste...
No
me pidas que te cuente como fue que entramos en ese delirio del Peronito.
La cuestión fue que al otro día estábamos ensayando
un tema que compuso Estoy Muerto y que se llamaba “El rock
de los chacales” y que era así:
“EL
ROCK DE LOS CHACALES” (Por Estoy Muerto, arreglos de Itaka)
Cuando
los pájaros oscuros te vengan a buscar
no intentes escapar;
si encontraste aquello que tantos años perdiste en buscar
no creas que no te vamos a matar;
en el escenario, en la cama, en la ruta, en la tumba
igual te vamos a encontrar
no intentes escapar;
si encontraste aquello que tantos años perdiste en buscar
no creas que no te vamos a matar;
en el escenario, en la cama, en la ruta, en la tumba
igual te vamos a encontrar
Estribillo
En
tu cielo, a volar
Te vamos a matar (2 veces)
En tu noche, a soñar
te vamos a matar (2 veces)
En tu lucha, a ganar
te vamos a matar (2 veces)
Te vamos a matar (2 veces)
En tu noche, a soñar
te vamos a matar (2 veces)
En tu lucha, a ganar
te vamos a matar (2 veces)
Cuando
los pájaros oscuros te inviten a volar
no intentes imitar;
aun cuando parezcas un gran tipo dispuesto a delirar
igual te vamos a matar
te voy a enseñar que no vale la pena simular
te voy a destrozar
no intentes imitar;
aun cuando parezcas un gran tipo dispuesto a delirar
igual te vamos a matar
te voy a enseñar que no vale la pena simular
te voy a destrozar
(se
repite estribillo)
Cuando
los pájaros oscuros te obliguen a cantar
sabrás que nunca supiste vibrar
que nunca me pudiste engañar
que te voy a asesinar
sabrás que nunca supiste vibrar
que nunca me pudiste engañar
que te voy a asesinar
(Final
con estribillo)
Improvisar
aquel tema nos recontracopó y a pesar de que sacábamos
que era una pajería subirse a la candileja para cantarle el arroró
a la pendejada, nos mandamos al recital parecido a un aprendiz de torero
que, en el debut, sale a torear un mamut. Andá a saber como mierda,
pero el recital de los “Cáncer & Sida”
fue un lleno completo. Más de mil jopendes se pusieron con los
siete pinguinos de la entrada para ver a una banda que nunca había
existido y que, además, después de esa noche, no iba a
existir.
El
boliche era un velorio moderno: esa onda epiléptica de las luces
estroboscópicas que te convierten en una fotografía en
negativo de vos mismo y todo ese clima de resaca que hace que la gente
no tenga ganas de chamuyo ni de coger, ni bailar y ni siquiera de tirarse
un buen pedo.
Pero
eso es problema de la gilada, a mi lo que me jodió fue lo que
le pasó a los Chacales: en el camarín, de entrada se pusieron
en super-estrellas. Que decirte, imbancables. Entraron en una de esas
troladas de creerse que salir al escenario a batir cualquiera, era una.
El Pijo que cuando coje no está nervioso, Estoy Muerto que cuando
deguella no siente un placer especial estaban histéricos como
si les fuera la vida en la pajería que íbamos a hacer.
Cuando
entró Charly García al camarín para desarnos suerte
fue lo máximo. Casi se ponen a gritar como conchas groupies “¡Ay
Charly, Charly...!”.
Ahí
fui ejemplo. Puse sobre el vidrio una carrera tan larga que ni la liebre
ni la tortuga ni el campeón mundial de las maratones y ni siquiera
la nariz de Caputo podía llegar a aspirar sin respiro, sin parar
y en 30 segundos. Y yo lo hice. Me dí un saque de un metro de
largo, yo, nada menos que yo que no me gusta snifar. Porque la vieja
puede ser puta, pero la nariz es sagrada porque por algo el aire eligió
entrar y salir por ahí y no por el orto.
Y
así, careta de alma pero reloco de bronca, empujé a la
manada al escenario.
Viste
que los buenos negocios los inventaron los yanquis, bueno, yo creo que
la casualidad la inventaron los yanquis, porque no puede ser que pasara
que justo cuando empezamos a tocar el único tema que sabíamos
y que después andá a saber lo que le íbamos a tirar
a la gilada para que se bancaran pagar 7 palos por ese bardo; no puede
ser que justo entrara la yuta a pedir documentos al boliche. Eran los
pesutis de civil, de los que no sabés a que vienen, si a robarte
todo o a exigirte que devuelvas todo lo que vos robaste. Eran como siete
y se desparramaron por el área penal buscando la falta. Tenían
esa jeta mal parida de los canas de civil, pero había uno que
otra que Itaka, era el recontraitaka. No tenía una cara, sino
un tic, el tic de la muerte. Cancheros, se fueron desparramando po rla
pista evitando el orsay. Y ahí se armó.
Yo
lo tenía al lado al Estoy Muerto y le ví la transformación,
otra que el tal doctor Jekyl. El quía dejó de tocar y
al toque, como en una jugada pensada pero no, todos paramos. Se hizo
un silencio choto. Estoy Muerto, más duro que la poronga del
Pijo, le puso la mirilla telescópica de su mirada al recontraitaka.
No se cuantos momentos pasaron en ese momento pero en lo que duró
esa pijada de instante sé que el Itaka se levantó de su
asiento, el Pijo se descolgó el bajo, yo tantié la granada
que siempre llevo en mi bota y ahí el Estoy Muerto dió
un paso adelante y dijo aquella frase gloriosa...
-Rata,
que te pasa, rata...
El
rati recontraitaka no lo pudo creer. La pendejada disfrazada de punkie
no lo podía creer. Los demás ratis no lo podían
creer.
Y
un invisible pasillo se abrió entre ellos. Se cojieron, se destriparon,
se mataron con los ojos. Estoy Muerto y el rati solos, mirándose
en aquella. Y solamente ellos dos supieron antes de los demás
quien había ganado la pelea. Estoy Muerto empezó a reírse,
si podemos decir risa a ese carajudo escalofrío que le brotó
de la cara y que rasgó el silencio como una navaja y mientras
reía bajaba del escenario y caminaba hacia el rati. Y la risa
fue el cuchillo que lo tajeó al naca. Y cuando estuvieron a la
misma distancia que una estampilla pegada al sobre, el cana arrugó.
Yo
sé lo que vió el rati en la mirada de Estoy Muerto. Vió
que estaba muerto y que los muertos no tienen miedo y que a los muertos
no los podés asustar con gilada. Y por eso me bajé del
escenario y por eso bajaron también el Itaka y El Pijo que se
dieron cuenta de lo mismo y dosos nos dimos cuenta que no teníamos
nada que perder porque ya lo habíamos perdido todo y darse cuenta
mató. Los Chacales volvieron, en un instante, a ser los Chacales.
Nos
pusimos los cuatro a la par, como en las Farwes, y sin armas en la mano,
sin decir nada, ametrallándolos con los ojos hicimos retroceder
a los ratis hacia la puerta. Uno hizo ademán de desenfundar la
45 y su gesto quedó congelado cuando el Itaka, casi en un susurro,
le dijo:
-“No”
Fue
la última palabra. No dijmos ni nadie dijo más nada. Hasta
las moscas se quedaron moscas pegadas a la pared. Solamente se escuchaba
el ruido de los pasos, de nuestros pasos y los de toda la pendejada
que, casi hipnotizados, comenzaron a seguirnos. En la calle, los canas
comenzaron a llamar por las motorolas. Pero nosotros ni bola, seguíamos
caminando enfilando hacia la calle San Martín. Eramos como mil,
todos en silencio, caminando como zombies hacia ninguna parte. Yo no
sabía adonde íbamos, ni el Itaka ni el Pijo ni Estoy Muerto
ni ninguno de los que caminaban atrás nuestro. Caminar así,
sin miedo, sin que importara un joraca lo que iba a pasar al llegar
a la esquina era lo más, era el título mayor, el diploma.
A
las tres cuadras éramos como tres mil que marchaban porque la
gente se iba sumando. Nadie preguntaba nada, nadie sabía de que
se trataba pero en cuanto veían la onda se prendían a
la nave.
La
barrera policial estaba a la altura de la Jockey Club.
Estaban
con toda la parafernalia que se ven en las películas y también
en la realidad: pistolas lanzagases, camiones hidrantes, palos y pistolas
desenfundadas.
Nos
dieron la voz de alto y un minuto para desconcentrarse en caso contrario,
la de siempre.
Sin
darnos vuelta, sentimos el escalofrío en la espalda. El miedo
había despertado en la tripulación que se había
colado en viaje. Allá ellos, me dije, que se jodan.
Observé
atentamente la tropa enemiga. Eran como 30. Pero yo buscaba al capo.
Y allí estaba el ofiche, fumando, enfundado en un jetra elegante
pero recaretón, ortivando por la motorola. Y me dije, a por él.
Y
comenzó a caminar.
Atrás
mío y, casi al toque, el Itaka, el Estoy Muerto y el Pijo respetando
los centímetros de diferencia que hacían que yo fuera
el capo y no ellos, me hicieron de retaguardia.
El
ofiche hizo apenas una seña y sentí que era como el “apunten”
de los fusilamientos.
Cuando
el boga trató de aparecer en mi mente para aconsejarme rendición,
tregua o alguno de esos chamuyos, lo borré de una cachetada.
Recuerdo
que pensé:
Capaz
que no vale la pena, capaz que siempre hay una mejor para hacer la escena
principal de la vida, pero una vez, al pedo nomás, hay que probar
para darse cuenta.
Capaz
que hasta no pueden con nostoros.
Andá
a saber.
FINAL
REPORTAJE
A “EL LACRA”
Este
breve e histórico reportaje fue realizado en la alcaldía
de Tribunales, pocas semanas antes de que se produjera la fuga de la
feroz y peligrosa pandilla conocida con el nombre de “Los Chacales”.
Curiosamente, el Lacra, el jefe de los pandilleros, accedió a
esta entrevista y además narró algunas anécdotas
de su vida que echan un poco de luz sobre la despiadada matanza que
organizó. El cassette en que se grabó está a disposición
de la justicia y de todos los estudiosos que quieran escucharlo.
¿Porqué
aceptaste que te hiciera un reportaje?
Para
decir un par de giladas, para aburrirme menos...
Pero
no se lo diste a “La Semana” o a “Gente” que
supongo te deben haber ofrecido mucha plata...
Vos
sos medio ratón, mucha plata para mí es mucha plata...
tu revista es una pajería como todas las otras. Yo leí
algunos libros no te voy a negar, en este país no te queda otra
que terminar leyendo. Estoy Muerto peor, se leyó todo. Pero leer
no está con nada, uno lee cuando anda al dope... tu revista encima
le hace el bocho a la pendejada...
Bueno,
ustedes también pueden ser un ejemplo para los jóvenes,
un ejemplo violento, en la onda “matar por matar”
¿Matar
a quién? Cuando vos matás a alguien que es alguien es
como echarse un polvo. Esos tipos que matamos nosotros no los matamos
nosotros, ya estaban muertos, eran de cartulina. Es lo mismo que echarse
un polvo sobre un cadáver, vos sabés que estás
sólo. O me sentí solo mientras los mataba...
Pero
no podían darse cuenta antes, por ahí mataban a alguien
que “estaba vivo”...
Mirá,
si vos no querías morir no ibas a estar ahí justo cuando
la muerte te vino a procurar... el tipo que sube a un avión que
se cae es un tipo que subió al avión a caerse...
Sabés
que entre el centenar de muertos...
Fueron
185...
...
que entre los 185 muertos había algunos niños...
¿Y
qué? Cuando el terremoto llega a un pueblo, el terremoto no golpea
la puerta de la casa para preguntar: “¿Aquí vive
algún niño?”, el terremoto agarra y se carga a todos...
¿Cuál
era la idea de secuestrar al presidente?
De
eso no te digo ni mú.
Entonces
me gustaría que me contaras tu historia...
De
eso tampoco...
Pero
es una manera de comprender...
Comprender
un joraca, comprender es un verso de yuta, vos no querés comprender,
vos queres que yo te dé mi palo para poder decir “Ahhh,
fue por eso!”...
Creo
que tenés razón, pero tengo la impresión que te
dá temor hablar de vos...
Temor
es una palabra de miedoso. O tenes miedo o no tenés nada. Vos
tenés miedo, ahora. Se te vé. Estás haciéndote
el bueno para que no me raye. Y hastá pensás si el yuta
que vigila llegaría a tiempo. No, no llegaría. Pero no
te calentés, no pasa nada.
Insisto
con tu historia. Parte ya se conoce. “La Semana” prácticamente
contó tu vida...
Contó
lo que le contaron, la vida de uno no la sabe nadie. Bueno el día
que alguien la sabe ya no es tu vida...
...reportearon
a tu padre
Yo
no tengo padre. Un señor se echó un polvo con una señora
y después escupieron esa cosa que fue su hijo. ¿Pero viste,
Alien? Bueno, de ese coso que era ese hijo del polvo de la señora
y el señor, a esa cosa se le abrió el bocho y salí
yo graznando (ríe)... yo soy el hijo de mi propio polvo...
Tu
padre... o ese “señor” como vos lo llamás
contó cosas de vos... contó, por ejemplo, que estuviste
secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada cuando tenías
14 años e inclusive el abogado que te defiende va a fundamentar
en tu defensa las profundas alteraciones mentales que esa experiencia
produjo...
Boludeos...
¿Sabés como fue? No fue como lo contaron en “La
Semana”. Yo estaba laburando de cadetón en un estudio de
abogacía. Sí, ese medio gil, todavía no era yo.
Y bueno un día aparecieron los quías de la capucha. Venían
por los bogas y de yapa me llevaron a mí. Pero no me podían
soltar y tampoco se coparon en una de borrarme del pizarrón.
Fue una gilada, tenían que haberme limpiado. Mirá el quilombo
que tienen ahora...
Estuviste
dos años encerrado...
Sí,
pero no tanto de encerrado. De cadete de los bogas pasé a ser
cadete de los milicos. Hacía de todo. Limpiaba los baños,
limpiaba las celdas, cebaba mate. Entré en una de hacerles creer
que me copaba. Morfaba con ellos, me reía como un ortiva de sus
chistes boludazos. Y me dejaban andar por todos lados. Al principio
no me animaba, pero después entre en una de ir a mirar las “sesiones”.
Y ahí me fui dando cuenta de como era la cosa.
¿Y
cómo es la cosa?
Que
el único lugar donde te pueden agarrar es en el dolor, que tenés
que estar muerto en vida para que nada te duela, tenés que ver
lo que es ver a untipo mientras lo convierten en nada, le arrancan el
libreto de la zabiola. Creo que matar te lleva al otro lado, pero torturar
te manda al carajo, más allá de todo, no sé adonde
mierda queda eso. Habría que hacer como con las arañas,
no preguntarse si es venenosa o no, pisarla al toque...
¿Conociste
al teniente Astiz?
Sí,
era el chabón más pirado de ahí, el quía
se creía Hoppalong Cassidy. Un día se me sentó
enfrente y se mandó el filo de mirarme con esa mirada parecida
al cubito de hielo que mandó al pique al Titanic. Y ahí
hablamos la única vez.
¿Qué
hablaron?
Me
dijo: “Vos te hacés el boludo”. Y yo, al
toque: “Si vos lo decís”. Ahí el
quía se echó a reír con la carcajada de un hacha
y me dice: “Vos estás más loco que todos nosotros”.
Y ahí me di cuenta que sí, que todos los que estaban ahí
estaban en alguna, los chupados y los chupadores. Vos tenías
que verlos., hasta los que les gustaba solamente mirar, se copaban en
mirar cómo se le hinchaban las tetas o la concha a una mina o
cómo saltaba una poronga cuando la cableaban. Después
iban a hacerse la paja. Pero yo miraba y no me pasaba nada. Lo veía
como una obra de teatro. Un día se cojieron a una nena de 12
años delante del drepa y el quía mientras se al recogía
lo miraba al padre y cuando se echó el polvo se lo echó
al viejo. El padre aullaba, lloraba, la nena gritaba y a mi todo me
parecía un trip, bueno como en un trip, todo es una película.
¿Te
comunicabas con los prisioneras
No,
me tenían desconfianza, para ellos yo estaba en el otro bando...
¿Hubieras
hecho algo por ellos de tener una oportunidad?
A
“hubiera” no se lo llevaron preso porque nunca estuvo, así
que es pajería hablar de lo que hubiera hecho...
¿Y
cuando saliste, cómo fue salir?
Un
día me soltaron. Hasta comimos un asado de despedida. “Se
va el pibe” decían todos. Fijate que cuando estaba adentro
soñaba con matarlos a todos. Cuando salí se me cambió
la cabeza, vi lo que pasaba con la gente...
¿Qué
pasaba con la gente?
No
son gente, son ratas. Ni ahí. Las ratas capaz que mueren defendiendo
a sus crías. Pero acá estos roñosos se dejaron
llevar todo. Y después nadie vio nada. Y encima se olvidaron.
Y encima ni siquiera se vengaron, se mandaron el bardo del juicio. Pero
te cuento, cuando una vez vos arrugaste en una pelea, te queda para
siempre. Les va a quedar para siempre. Eo que pasó ahí
es un cáncer. Todos tienen cáncer y se los va a comer
despacito. Y nosotros, los chacales, no vamos a matar asesinos, vamos
a matar giles, a esas malas ratas, y lo vamos a hacer de puro cáncer
que somos...
Finalmente
contaste tu historia...
¿Vos creés?.. Andá a saber.
¿Vos creés?.. Andá a saber.
(Contratapa
del libro)
“No
Future”, de The Partisans estalla en mi cabeza mientras escribo
esto. Es la música apropiada para esta Banda de los Chacales,
para los miles de Chacales que existen en esta ciudad. Para estos Chacales
que son lo más de todo lo que se ha leído en los últimos
tiempos. Serán suceso, no me cabe duda.
En
una ciudad en la que por cada policía muerto, doce civiles son
acribillados; en un país en el cual 23 capitanes sublevados de
Campo de Mayo volverán a estudiar en la Escuela Superior de Guerra
el año que viene; en un territorio en el cual la economía
va de mal en peor a pesar de los técnicos y su palabrerío
traidor; donde la moral y los ánimos andan para el Rejoraka;
la aparición de esta Banda de los Chacales es un alivio, un llamado
a la razón, un deseo multitudinario.
Para
mí es un gran orgullo cubrirles las espaldas al Pijo, al Itaka,
al Estoy Muerto y al Lacra. Para mí esto es la cúspide
de mi notable ccarrera.
Y
lo único que les puedo decir es que compren esto, no sólo
porque es lo mejor de la literatura porteña, sino también
porque de algo tenemos que vivir.
Larga
vida al rock´n roll y buena muerte a los Chacales.
Helmostro
Punk
©Enrique
Symns
lunes, mayo 27, 2013
La Banda de los Chacales (1ra. parte) Enrique Symns
INTRODUCCIÓN
por
Elsa Kalish
"-(...)
Pena que no fui campesino. Lamento no saber qué es la expectativa
de levantarse cada mañana y ver el bosque. Sus sonidos y colores.
Ya no podré hacerlo. Es una lástima.
-Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo.
-No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. - El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó-: ¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
- Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país."
-Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo.
-No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. - El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó-: ¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
- Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país."
Alberto
Laiseca
La mujer en la muralla.
La mujer en la muralla.
Mariano
era hermoso.
Ojitos
claros, casi tan lindos como los míos. Pelo largo hasta la cintura,
sobretodo negro, un poco sucio, siempre con un Marlboro en la boca,
y un no sé qué femenino que me arrebataba. La primera
impresión que una se llevaba era que se había escapado
de un video de Poison, Bon jovi, o Guns & Roses.
Lo
conocí en la placita Roca, un mediodía, haciendo huevo,
a la salida del secundario. Al toque pegamos onda. Él no sólo
era lindo, sino además curtía un perfil lumpen, tenía
amigos raros, tomaba merca y fumaba faso.
Estoy
hablando del neolítico, años 92, 93, por ahí, qué
se yo.
Pero
Mariano tenía –no tendría más de 15 años–
un encanto extra: una biblioteca. Sabía de libros y de música.
Leía a Dostoievski, Burroughs, Bukowski, Borges, ¡de su
boca escuché por primera vez Tabaquería de Pessoa! Escuchaba
a Vinicius, Caetano, Los Redondos, Zumo, Shuemberg, los Pistols.
En
fin, tenía todo lo que una podía esperar de un chico y
algo más, lo mejor, estaba loco por mí.
Fue
por él que conocí a Enrique Symns. Tenía todas
las Cerdos & Peces.
Claro
que cuando yo conocí la revista de Enrique, ésta ya no
salía más, era parte de un mito de los 80. Me vienen ahora
a la memoria algunas de sus tapas: el pelado Cordera y el gordo Rubén
de la Bersuit, uno vestido de nazi y el otro de árabe, manoseando
a una chica; Batato Barea –en los 80 para ser travesti había
que tener unas pelotas bien grandes y peludas y encima algunas escribían
poesía-; alguien tomando una raya así de larga de merca;
una nena de 3 años posando desnuda; una monja masturbándose
o clavándose un cuchillo en la argolla o algo así.
Volví
a saber algo de Enrique cuando en el 95 el gordo Lanata sacó
una colección de libros, Fin de siglo, donde aparecía
una antología de textos de él: Invitación al
abismo.
Cuando
terminé el secundario me rajé de mi casa y estuve viviendo
casi dos años, primero en Mar del Plata, y luego en Veraza y
Lanus –el barrio de Luisito Ventura. Al volver a casa –después
de mandarme todas las cagadas habidas y por haber– mi vieja me
puso entre la espada y la pared: trabajás o estudiás.
Estuve un año como cajera del Carrefour de San Martín.
Trabajar
en Carrefour era una cagada, en especial los domingos al mediodía,
que antes de ir al trabajo almorzaba en la casa de la tía Marta.
Estábamos todos sentados a la mesa comiendo y alguien me preguntaba,
¿y el trabajo qué tal?, entonces contaba cómo
nos explotaban y todos movían la cabeza desaprobando a estos
carneros, que seguro deberían ser judíos –porque
como todo el mundo sabe la dupla comercio y explotación la inventaron
los judíos. Y una vez que Elsita había contado a su familia
su triste papel de empleada a sueldo estos preguntaban, che Elsa, ¿qué
ofertas hay en Carrefour porque tengo la revista de Jumbo pero la de
Carrefour no me llegó?
La
cosa es que mis francos eran los lunes, así que ahorré
algo de guita y un buen día dije, como la Bulrrich, mañana
digo basta y los mandé a la puta que los parió.
Fue
ahí que volvió a salir la Cerdos y entre sus
páginas había una publicidad que anunciaba que Enrique
Symns y Vera Land iban a dar un curso de periodismo. Fui a anotarme,
la redacción estaba en la calle Estados Unidos, unas cuadras
más arriba de Cemento y conocí a Vera Land.
Nunca
me voy a olvidar el primer día de clases. Me abrió la
puerta Enrique, con un Parliament en una mano y un vaso de whisky en
la otra, descalzo, y con la camisa mal abrochada. Era la primera en
llegar y nos quedamos los dos mudos sin saber de qué hablar.
Yo estaba muda porque me fascinaba como escribía –siempre
fui muy cholula y nunca supe qué hacer cuando la cholulés
rendía sus frutos– y como todos los que fuimos a ese curso,
nos podía interesar poco o nada el periodismo, en todo caso si
pagábamos por estar ahí era sólo por una razón:
para escucharlo a Enrique. Y ahí lo tenía a Enrique, mudo,
supongo que porque él estaba tan espantado de mí como
yo de él. Luego fueron llegando los demás y Vera empezó
a contarnos de qué iba la cosa, y cuando ya todo parecía
perdido, Enrique se puso a hablar y nos enamoró a todos. No es
que Vera dijera estupideces ni nada, Vera es divina, lo que sucede,
lo repito, es que habíamos ido ahí para conocer a Enrique
y punto.
De
ese curso salió una revista que tuvo cierta circulación,
Vestite y Andate, y me dejó dos amigos a los que amo:
Fernanda Simonetti y Santiago “el negro” Ferront.
Ya
para cuando Vestite estaba a pleno empezaron los roces con
Enrique; nosotros estábamos cebados y queríamos hacer
parricidio ya, y Enrique que no es ningún boludo presentó
batalla.
¿Qué
decir de esa época?
Que
a veces extraño los jueves en El Mirador. La redacción
de la Cerdos estaba en el sótano del bar y nuestras
reuniones –de Vestite– eran ahí mismo, los
jueves a las 7 de la tarde, y después nos quedábamos a
emborracharnos hasta la madrugada, Tom Lupo caía a eso de las
once de la noche con su Cabaret poético, y cuando nos aburríamos
íbamos a Ave Porco.
Fue
por esa época que conseguí La banda de los chacales.
Yo
hacía tiempo que la venía buscando, había leído
los primeros capítulos en la Cerdos, y sabía
que La banda se había editado en libro por publicidades
de la revista. Pero nunca la vi en ninguna librería de viejo
– y yo soy de revolver de arriba a abajo librerías de viejos
por culpa de Juan Escobar – y cuando le pregunte a Enrique si
él la tenía y me la prestaba para fotocopiar, me respondió,
querida si alguna ves la conseguís haceme una copia.
Cuando
ya había perdido todas las esperanzas, una tarde en El Mirador,
charlando con Gastix –Gastón Pérsico, el diseñador
de Vestite, que estoy convencida que fue él con su talento
el que más aportó a la revista, y la prueba de eso es
que al poco tiempo de salir Vestite empezamos a ver por todas
partes que nos estaban robando el diseño de nuestra publicación
–le habló de la Banda y me dice, yo la tengo, ¿querés
que te la fotocopie?
Sé
que todo lo que escribí acá es un mamarracho. Se suponía
que tenía que hablar de Enrique y no hice otra cosa que hablar
de mí. Podría contar anécdotas de Enrique que no
aparecen en su autobiografía El señor de los venenos,
con el Indio Solari, con el Gordo Pier, con Fito, del departamento de
Once, de un montón de cosas, y mil más, pero sería
violar una intimidad y un cariño que no deseo perder.
Lo
que si puedo contar es que Enrique es una persona única. Una
cuando va al almacén y vuelve, y le preguntan a dónde
fuiste, sólo es capaz de decir, fui al almacén. Él
no, él de esa minucia te arma un relato, un viaje. Vamos che,
enrique es poeta y si durante todos estos años en vez de dedicarse
al periodismo se hubiera dedicado a la literatura estaría ahora
ahí arriba. Por suerte, según me cuenta, en un mail, hace
poco, cuando le pedí permiso para publicar La banda,
está escribiendo dos novelas, y mi prima Pame que hojeó
El señor de los venenos me comentó que esas primera
páginas le hicieron acordar al Diario del ladrón de Jean
Genet.
Puta,
Enrique, me hubiera gustado en estas líneas presentarte como
corresponde, a vos y a tu Banda de chacales. Pero como la idea
no es vender nada, sino simplemente decirte que hace años sos
parte de mi vida y que tus monólogos y textos y las pocas charlas
personales que tuvimos son restos de una amistad imposible que resplandece
en el abismo, creo que lo que dije hasta acá alcanza para que
los que no te conocen ni nunca te leyeron tengan una mínima idea
de esos restos de vos que son tus textos y les pique la curiosidad de
querer saber quién es ese duende-loco-extraterrestre-pirata que
conoce el delicado y misterioso hilo invisible que engarza a las palabras
y las cosas.
LA
BANDA DE LOS CHACALES
por
Enrique Symns
PRIMERA
PARTE
La
Banda
Al
Pijo lo conocí primero de todos.
El
Pijo era un quía muy peligroso para este tipo de operativos que
requieren sangre de culebra en vez de sangre.
El
muy cornudo tenía una fobia, como se le puede decir, una fobia
a las polleras puestas. En cuanto veía una concha tapada quería
destaparla para enchufarse ahí, con esa cara de pelotudos que
ponen los tipos cuando cojen que parece que estuvieran haciendo fuerza
para garcar.
A
esa manía que tenía de tirarse a cuanta mina se le cruzaba
por la mira telescópica de su calentura, los psicólogos
la llamaban “peligrosa psicopatía sexual”.
Pasotas, yo no digo que el Pijo no fuera un poco raro. Seguro que durmiendo
en el mismo cuarto con él, yo le pondría un buen candado
a mi culo. Pero creo que toda poronga caliente es peligrosa, todo depende
de quien la maneje.
La
cuestión fue que los psicólogos del reformatorio le mancharon
los antecedentes del coco y le decretaron podredumbre mental. Y encima
se la agarraron con la familia. El padre del Pijo también tenía
el hobby de cojerse a todo el mundo.
De
tal palo, tal astilla. Cuando el Viejo Pijón se tomaba unos anises
de más, ni la abuela se escapaba del cachondeo. Tanto el Pijo
como sus hermanitos menores perdieron el virgo anal en las festicholas
paternas. El asunto era contagioso y al tiempo todos los de la familia
se andaban tumbando unos a otros. Que la hermana del Pijo con la abuela,
que la abuela se lo bajaba al nieto, que el tío se apretaba a
la madre, como en la guerra, todos contra todos sin otro objetivo militar
que ponerla o dejársela poner. Antes de irse de su casa, el Pijo
se vengó del drepa: lo emborrachó y se lo recojió.
Fue el único polvo trolo que se echó en su vida. También
se vengó de las psicólogas. Se cojió a varias.
Ya en libertad, y siempre a la búsqueda de nuevos curros, comenzó
a pedir entrevistas con psicoanalistas particulares y en cuanto comenzaba
la parleta, el Pijo se las cargaba ahí mismo sobre el sillón
de los divagues.
Pero
las psicólogas no eran su especialidad. En realidad, no tenía
especialidad. En su curriculun había sirvientas, profesoras de
secundaria, rockeras de palermo, negritas de la villa y hasta nenas
de la primaria.
Por
eso decía que era muy peligroso meter a un tipo como el Pijo
en un operativo de tanta magnitud como el que iba a encarar La Banda
de los Chacales de la que soy su humilde pero experimentado capo.
Se
corría el riesgo de que alguna bombacha demasiado humectada despertara
los ultra-bajos instintos del susodicho.
Pero,
por otra parte, el Pijo era un tipo de condiciones.
Cinturón
negro de karate. En una pelea a mano limpia, se cargaba tranquilamente
a seis tipos. Y si le dabas un palito de esos con cadenas, se volteaba
a una docena de tipos en menos tiempo de lo que tarda un gargajo en
llegar al piso.
El
Pijo no se unió a mi banda por un ideal, por fama o por ambición.
En todo caso quería guita suficiente para comprarse unos cuantos
kilos de concha y morir en una comilona sexual vomitando culos y tetas.
Estoy
Muerto, en cambio, era gente fina.
Educado
en los mejores colegios, manyalibros y hasta con estudios cursados de
monaguillo y recibido de gil de parroquia.
Hasta
que un día (“ese día me dí cuenta que
estaba muerto -explica Estoy Muerto-y que entonces podía
empezar a divertirme”) entró a la iglesia acompañado
de la madre (una vasija llena de mierda del barrio norte) y le dijo
a la vieja que largaba todo. Que basta de misa y de puterío espiritual.
Y para que a la vieja bostera no le quedaran dudas sobre el tema, fue
hasta el altar y, con una gillete, le cortó la cara al cura.
Fue en cana como el zarpado de Dios manda pero, gracias a las influencias
que la vasija de mierda tenía en el milicaje gobernante, Estoy
Muerto salió en libertad al año de estar encanutado. En
la cárcel se perfeccionó en cuchillos. Se graduó
en navajería y facaso aplicado. Cuando salió de la yuta
se hizo punk, que es algo así como un hippie que se volvió
rabioso.
Ahí
fue cuando lo conocí. Andaba disfrazado de basura, con la cabeza
rapada por un peluquero epiléptico y montones de facas escondidas
en el disfraz.
Ahí
nomás le dije si no quería prenderse en una grande. Me
miró a los ojos y su mirada fue como la punta de un cuchillo
apoyado sobre la yugular de mis pensamientos. Enseguida me dijo: -“Voy
con vos”
Queriendo
decir con eso que había pispiado en el corazón de mis
ideas y había visto la llama sagrada de los grandes y que entonces
yo era el jefe y que me iba a obedecer.
Yo
casi tenía listo el plan para cometer el gran golpe del siglo.
Me faltaba conocer todavía al tipo más importante, el
tipo que haría posible mi sueño.
Itaka,
tenía que conocerlo al Itaka.
Visto
que antes lo defendí al Pijo. Dije que exageraban los psicólogos
y que más allá de la manía de cojerse a todo el
mundo, tuviera o no tuviera ganas el mundo de ser cojido, en el recontrafondo,
el Pijo era un buen tipo.
Bueno,
ahora, también de posta, debo decir que sí, que Itaka
estaba medio colifa. Había sido combatiente de la piojosa guerrita
malvinera.
Y
si con el primer cañonazo que le cayó cerca no quedó
loco, el gurka que se lo recojió al estilo Pijo lo dejó
del todo. El gurka se había enamorado del orto de Itaka y no
sólo le metía el sodape sino también el pie, el
puño y la pierna. Las noches de mucho frio, el gurkita se metía
entero en el culo del Itaka y dormía adentro. Encima como al
nepalés le gustaba que le chuparan la pija y como la tenía
muy sensible le arrancó todos los dientes al Itaka para facilitarse
la gárgara de poronga.-
Itaka
quedó con las ideas medio mal paridas para decirlo de frente.
En la isla, encima, no había podido matar a nadie y ese recuerdo
era para Itaka lo mismo que un polvo atragantado para el Pijo.
Cuando
lo conocí andaba planeando destripar a unos cuantos seres humanos.
No me gustó ni medio. Era un tipo tímido y callado como
la puta que lo parió. Cuando lo despertabas a la mañana
había que hacerlo con mucho cuidado. Onda “nene, está
el café con leche, es mamá” porque si no te
reventaba como si fueras un gurka o, peor, un oficial argentino.
Era
un tipo de mierda pero con una gran ventaja: se había afanado
del regimiento una caja de granadas y un par de metras alucinantes.
Me
costó un par de meses convencerlo de que abandonara su guerrita
de morondanga e ingresara a la Banda de los Chacales.
“A
lo sumo te vas a cargar una docena de vecinos -le decía-
después la yuta te va a regalar un viaje gratarola en carroza
fúnebre hasta las soleadas playas de Chacarita.”
Ya
les dije de la importancia de El Pijo, Estoy Muero e Itaka.
No
hablé del susodicho que escribe este folletín, el Lacra,
el capototal, lo más. La innata humildad que debe lucir un líder
en todo momento de su gesta me obliga a silenciar mi pasado. Eso y también
lo que me dijo el boga:
“No
chamuye de su pasado, Lacra. Todo , cualquier cosa es una prueba en
su contra”
El
plan
Reunirlos
a esos tres fulanos no fue joda.
Filosos
como bayonetas, los muy hijos de puta se la pasaban manoteando granadas,
facas y golpes de karate con la sana intención de hacerse mierda
entre los prójimos.
No
se bancaban entre ellos.
Itaka
se lo quería desayunar a Estoy Muerto con la pelotuda excusa
de que era punk, es decir, descendiente indirecto de los ingleses que
se lo habían recogido. Estoy Muerto miraba la cabeza de Itaka
como si fuera la punta de un lápiz y afilaba su sevillana para
sacarle punta. Peo al que nadie se bancaba era al pobre Pijo que siempre
andaba al palo, pajéandose por todas partes y puteando porque
no lo dejábamos salir a voltearse una negrita. Un día
lo dejamos salir para que cazara algo y se dejara de joder. El despelote
se armó cuando volvió trayendo de los pelos a una pendeja
de unos doce años. Ya le había roto la conchita y la traía
a la cueva con la negra y prolija intención de hacerle culito
y boquita. Saltó Estoy Muerto y pateándole el sodape le
puso faca contra la yuguleta.
-“Odio
a los animales”-le dijo rescatando a la ninfeta de su dificil
trance.
Pero
las fieras se calman cuando les tirás carne. Así que un
buen día les tiré el plan por la cabeza.
Les
dije que se trataba simplemente de secuestrar, traer la covacha, y mantener
a pizza, cocaína y mate cosido al honorable presidente de la
nación.
-¿A
esa pantufla? -preguntó con la rapidez de un pedo Estoy
Muerto -¿para qué lo queremos?
-Para
resgundar la marusia- contestó el Pijo que, cuando estaba
refumado, no se le entendía un joraca lo que hablaba.
Ahí
les corté el rechifle y solté el espiche de memoria:
“Si
ellos no abren las puertas de todas las tumbas del país y no
sueltan a todos los sopres sin distinción de credos o prontuarios
en menos de 24 horas; si en esa punta de horas que dura un día
no sacan un decretacho que clausure para siempre todas las comisarías
y jubilan a los federicos; si ellos en esa pila de minutos que hay en
24 horas, no sueltan a todos los colifas de los manicomios -y los colifas
que se quieran quedar que se jodan-; y para acabar con el verso, si
en esas dos lungas vueltas que la enanita del reloj da a lo largo de
la jornada, no nos dan dos millones de verdes y ponen un avión,
directo, sin escalas, hasta un país como lo la gente que tiene
que haber por ahí; entonces nosotros, a las 24 y un segundo,
con todos los honores, agarramos al Excelentísimo o el muy bien
diez del Presi y le sacamos la vida del cuerpo”
Se
armó el quilombo.
Saltó
el que si que no, que si dos o que si cuatro millones, que porqué
no pedir además de la mosqueta un par de docenas de minones y
todo ese puterio. Estoy Muerto que Inglaterra, El Pijo que Pakistán
que por allá se podía coger a las menores, hasta que habló
Itaka, cortándolos como una gillete.
-¿Y
cómo mierda lo vamo a secuestrá si está más
cuidado que concha napolitana?
-¡Oncha
Luneba!- baboseó el Pijo que ya andaba por el octavo porro
y que cuando escuchaba la palabra “concha” se ponía
peor que Superman con la kriptonita.
-No
lo vamos a secuestrar- cancherié- El se va a entregar
solito...
Y
pasé a relatarles la segunda parte de mi plan.
Tomaríamos
por asalto un canal de televisión en un programa de gran audiencia
y que tuviera además mucha gente en el estudio. Instalaríamos
un nido de metra y sembraríamos de granadas el estudio para que
no se les ocurriera una onda “swatt”. Exigiríamos
que el programa siguiera transmitiéndose en vivo con nosotros
como locutores y ahí le hablaríamos al presi para que
viniera solito hasta el canal. En un plazo, digamos, de seis horas.
Caso contrario, con una preciosa ráfaga de metra intentaríamos
matar a todos los presentes, degollando luego con prolijidad a los sobrevivientes.
Aquello
les recontracopó. Estoy Muerto se ofreció como locutor.
El Pijo propuso que elijiéramos el programa de Badía que
está lleno de japendes. A Itaka, la parca se le relamía
en el brillo de los ojos.
Por
votación de tres contra uno (saben quien fue el uno) ganó
el programa de Soldán “Domingos para la juventud”.
El
resto del plan era sencillo.
Cargaríamos,
en la camioneta afanada, cajas que hicieran creer que había equipos
de sonido, instrumentos de música y todas esas pajerías.
Nosotros haríamos el teatro de ser unos piojosos plomos de alguna
pelotuda estrella de turno.
Itaka
tenía que ser el pesado de la historia: sembraría los
caza-bobos y montaría la metra. Estoy Muerto, en una de locutor,
hablaría por el tubito. Pijo, armado hasta las bolas, se mezclaría
entre el público y yo sería el director general del operativo.
Estoy
Muerto redactó el comunicadacho que había que leer frente
a las cámaras. Era así:
“Amables
espectadores, interrumpimos esta mierda de programa para comunicarles
que La Banda de los Chacales ha tomado este canal sin la intención
de hacerle daño a nadie. Eso sí, le vamos a romper el
culo a cuanto hijo de puta quiera entrar al estudio. Si esta trasmisión
es interrumpida, mataremos a una persona por minuto. No intenten engañarnos,
otros integrantes de la banda están mirando el programa y nos
avisarán al toque.”
Cuando
todos los detalles estuvieron recontraparlados, le pusimos fecha.
El
domingo que viene sería la cosa.
Esa
semana nos preparamos como si fuéramos discípulos de Bruce
Lee. Es decir, cada uno hizo lo que se le cantó en el séptimo
forro del culo.
Como
la consigna era triunfar o morir, El Pijo quiso asegurarse por si acaso
los últimos polvos de su vida. Así que usando la cablán
como zanahoria se trajo dos gatitas del Parakultural.
Esas
minitas onda after-me-podri-chau-no-sé. El Pijo les estuvo zarandeando
los tres agujeros durante dos días. Otra que Emmanuelle o Garganta
Profunda, hacer un filme porno con El Pijo era un filo asegurado. Recién
en el tercer polvo empezaba a calmarse. En el quinto ya no sacaba ni
leche. En el octavo, antes de desmayarse, todavía se le podía
ver, en la mirada, la poronga del alma parada y caliente.
Itaka
se pasó la semana preparando el arsenal. El quía parecía
Terminator, quería convertirse en un arma caminante. Un día
me dí cuenta que él no veía las cosas. Cuando se
asomaba a la ventana de la covacha, por ejemplo no veía a la
gilada del barrio yendo y viniendo haciendo las boludeces que los garcas
del mundo les habían ordenado que hicieran. No, el quía
se asomaba a una trinchera y veía solamente inglesitos avanzados
en las frígidas estepas malvineras. Era caretón, pero
tomaba cocaina porque le aceitaba los engranajes que movían los
músculos de su odio. Había que marcarlos de cerquita para
que no convirtiera el tranquilo barrio del Doque en un Hiroshima del
subdesarrollo.
Con
Estoy Muerto era el único que se podía batir un papo.
Tenía la lengua más filosa que cualquiera de sus facas.
El
sábado, anterior al domingo de la gloria chacalera, para distraer
a la pandilla nos fuimos a ver un poco de Rock and roll. Fuimos a “Cemento”
Tocaba Sumo y la cagada fue que, como quisimos guardar la merca para
el otro día, todo el mundo se puso hasta el culo de fumo. No
tuve descanso en toda la noche. En cuanto el pelado de Sumo, gritó
“Fuck you”, Estoy Muerto entró en una de
subir al escenario a degollarlo, El Pijo la vio a la Katya Alemann y
comenzó a perseguirla manoteándole las tetas y el pirado
de Itaka, cuando vio tanto punkie, entró en una de sus pesadillas
guerreras. Yo andaba corriendo de un lugar a otro porque el quilombo
se desarrollaba en varios sitios. Mientras Estoy Muerto lo perseguía
al pelado Luca por todo el boliche, El Pijo acorralaba a la Katya y
el Itaka trataba de treparse a la covacha del iluminador, yo tuve que
bajarle los dientes al Omar Chabán, que botón de alma,
quería llamar a la taquería. La historieta terminó
tranqui, cuando junté a mi ejército de pirados y nos retiramos
estratégicamente hacia las tinieblas grises de la ciudad.
La
matanza
El
domingo a la mañana nos pusimos hasta el culo en la covacha de
Anarconada, la cojinche de Estoy Muerto. Para que te des una idea de
lo pesada que era esta mina te cuento que ni el Pijo se la quería
coger.
Anarconda,
en vez de tajo, tenía una gillete entre las piernas. A los siete
años la madre se la había cojido como al Pijo. Bueno,
coger es un decir, en realidad se la chupó toda de arriba a abajo.
Pero, sobre todo, enseñó a la pendeja a chupar su vieja
y podrida concha. Anarconda se lo bancó hasta los diez años.
Un día de esos, cansada de alimentarse de flujo, le metió
una gillete hasta los ovarios a la puta que la parió.
Salió
del loquero a los 16 años y ahí la conoció Estoy
Muerto que le enseñó las artes de pasarse el mundo por
la concha.
Te
decía, tomamos tanta cablán que a Itaka hubo que cargarlo
como a una momia en la camioneta de tan duro que estaba.
Y
así encaramos la puerta del canal nueve, con esa polenta que
te da la frula y que si te lo encontrás al mismísimo dios
en la yeca le decís: “Qué mirás, gil?”
Sin
novedad ni en el frente ni en la retaguardia, entramos al estudio, justo
en la parte en que los pendejos para ganarse el viaje ortiva hasta Bariloche
andaban boludeando y haciéndose los artistas.
Sin
darle bola a nadie, comenzamos a desempaquetar la terrible ametralladora
de Itaka, el enorme sable del Pijo y las granadas que yo me colgué
del cuello como si fueran una ristra de ajos.
Hubo
un silencio que sin ser mortal era, te diría, jodido.
El
Soldán se quedó con la boca tan abierta que le podían
haber entrado dos o tres pijas. Uno de los cameramanes se meó
en los lompas.
El
Pijo, con el sable en la mano, empezó la opereta.
-Bariloche,
la cajeta!- gritó mientras mandobleaba el aire con su poronga
de lata.
Así
se armó el desbande. La pendejada empezó a correr de un
lugar a otro como hormigas piradas, el Soldán casi llorando pedía
un corte, los técnicos gemían como chanchos en el matadero.
El Itaka cortó el quilombo. Mandó una ráfaga de
metra sobre el techo del estudio...
-¡Cuerpo
a tierra, conchudos!- tronó el Itaka con voz de helicóptero.
Otra
que el teniente Astiz, el Itaka parecía Rambo y la tropa de cabrones
obedeció al mango. Culo al piso y sin toser ni lagrimear, todo
el mundo se acostó sin entender un joraca de qué venía
la mano. Todo el mundo menos el Soldán que lloriqueando como
una muñeca, dijo:
-Señores,
de qué se trata esto...
-Cayate,
comadreja- le estampó Estoy Muerto y de un empujón
lo mandó al sopi. Ahí actuamos con la precisión
de un comando.
El
Pijo, pisando culos y manoteando tetas o viceversa, se metió
entre el gentío. Itaka terminó de minar el estudio y mientras
Estoy Muerto se ponía frente a las cámaras, yo le hablé
a las paredes:
-Al
capo del canal, le habla el capo de los Chacales... tiene dos minutos
para seguir la trasmición sino matamos a todo el mundo...
En
ese momento yo no supe si estábamos o no en el aire. Porque se
prendieron las lucesitas y los cameramanes se mandaron el filo de camarearlo
a Estoy Muerto. Pero yo no estaba seguro.
Después
supe que sí. Que durante un minuto Estoy muerto salió
en los pajerisores de todos los apestosos hogares de cada mugriento
argentino desde La Quiaca hasta Lanús y desde Mataderos hasta
ese culo frío que debe ser Tierra del Fuego.
Fue
la gloria. Estoy Muerto se sentó frente al ojo de vidrio con
la cancha de un experto y se mandó el espiche...
-Ustedes
son todos una mierda -le dijo al mundo-. Usted, señora,
es una rata, y usted señor, es una rata, y el nene también
es una rata. Se la pasan todo el día corriendo por el laberinto
para masticar un sorete. Corren todo el día de todos los días
de todos los años para estar ahora ahí, sentados como
boludos, mirándome como boludos, bajo techo, sobre un piso, entre
cuatro paredes que no los protegen de nada. Saben que hacen? Se pasan
la vida comprando un ataúd a crédito. Eso es lo que son,
una mala paja que se hace la vida, son. Mírenme la jeta, yo estoy
muerto. Igual que ustedes. Yotambién soy mi propia tumba. Pero
no voy a quedarme como un boludo esperando que alguien venga a limpiar
el cenicero donde me consumí. Voy a romper todo. ¿Porqué
no salen a la calle y rompen todo?
Después
supe que ahí cortaron la transmisión.
La
cosa se fue al joraca. A Estoy Muerto, se se puso muy intelectual, no
se le entendió una mierda el espiche y encima no leyó
el pelpa ni pidió hablar con el presidente de la gilada.
Creo
que eso fue el desastre. Cuando terminó de hablar, el estudio
de canal nueve era un polvorín cargado hasta las bolas de dinamita
y cada persona era un cartucho.
El
fósforo lo puso El Pijo.
De
repente lo veo rompiéndole el toor a una pendeja tetona. Veo
al noviecito de la culeada intentando defenderla. Veo al Pijo, que sin
cambiar el ritmo de la cojida, lo deguella como quien deshoja una margarita.
Veo a Estoy Muerto descorchando una granada. Veo a Itaka apuntando la
metra. Y me dije: se pudrió todo . Y así fue como empezó
la matanza.
Fue
una de esas películas donde el héroe, al final, se puede
vengar de todas las que se tuvo que manyar durante 90 minutos de argumento
careta. Como en una película, pero al revés.
Cagamos
a tiros al sheriff, nos comimos a los tres chanchitos de mierda, nos
cojimos a Caperucita, reventamos a Eliot Ness. Te digo, si lo hubiéramos
tenido a tiro al mismísimo Astiz le hubiéramos metido
un par de gorriones de plomo en el hígado agusanado que debe
tener por corazón.
Fue
ver a un ballet de locos epilépticos, una manga de piltrafas
babeantes, una pandilla de gatos rabiosos encerrados en una jaula de
canarios.
El
Itaka, sin decir cocaína va, mandó una ráfaga que
igualito que una picadora de carne agarró a la gente y la convirtió
en chinchulín reventado.
Estoy
Muerto, bailando igual que la Pinchiskaya, saltó sobre el cuello
del Soldán y le dibujó no la zeta del zorro sino la eme
de mierda en la yugular del comadreja.
Ahí
mismo me di cuenta que todo se había ido al mismísimo
joraca y que lo mejor que podía hacer era joraquearlo más.
Asíque descorché una granada y, al pedo nomás,
la tiré por ahí tratando de hacer estallar una docena
de almas sobre las mugrientas puertas del infierno, mientras gritaba
“libertad o dependencia” o alguna gilada de esas
y corrí hacia la puerta del canal como si me persiguiera una
manada de cien mil soretes hambrientos.
A
los costados de mí, en las escenas menos principales, porque
yo no las veía bien, la película también era de
primera.
Estoy
Muerto, gritando “Por los Sex Pistols!”, le clavó
un chuchillo más largo que poronga de Pijo al estómago
del Baglietto. Vi caer a mis pies, el cerebro del gordo Muñoz
con los sesos desparramados igualito que un vómito del diablo
y lo vi al Pijo zapatéandolos como si fueran arañas pollito.
Vi
a los integrantes de la selección nacional barridos por la metra
del Itaka, fuera del mapa de la vida para siempre.
Vi
mi cuerpo cubierto por la sangre de las cucarachas que hacen el noticiero
del canal.
Era
el sueño del pibe. Que grande ver el sueño de toda la
vida cumplirse ahí frente a los propios párpados.
Vi
toda mi vida de mierda reflejada en las caras que iban perdiendo la
vida de todos los mal paridos que habían cagado para siempre
mi película. Vi a todos esos jodidos que me habían jodido
toda la larga muerte que fue mi vida, los vi estallar como sandías
frescas, los escuché pedir perdón, llorar como boludos,
arrepentirse de mentira.
Fue
mejor que escuchar el más tenebroso tema de los Black Sabbath.
Estoy Muerto brillaba parecido a un diamente; el Pijo, por primera vez
en su vida estaba más feliz que cojiendo o, en todo caso, cada
chorro de sangre era un polvo que se echaba sobre su propio destino
de mierda. Hasta el Itaka brillaba como un ángel. Y brindamos
sobre esos ríos de sangre y fuimos hermanos para siempre, loco.
Después
supe que matamos 185 personas y que dejamos 33 tullidos para toda la
siembra. La más grande matanza de la historia mundial de las
matanzas hecha por cuatro grones solitarios. Desde Nerón hasta
hoy.
Cuando
nos reunimos en la puerta del canal, afuera estaban todos. Como explicarte:
estaba la tercera flota, los Montoneros en sus buenos tiempos, los lagartos,
los gurkas y la hinchada de Chacarita.
Ahí,
Estoy Muerto se acordó de la película “Butch Cassidy”,
en donde los dos pistoluquis salen a enfrentar a un ejército
y la peli termina ahí, cuando salen, sin que se vea como los
cocinan a balazos.
Y
Estoy Muerto dijo: que termine así, salgamos y que no nos demos
cuenta de cómo nos dan un empujón hacia el otro lado de
las cosas.
Pero
por algo yo, el Lacra, soy el capototal, lo más. Y además
por algo también tengo un boga. El boga me dijo:
“Morir
no tiene apelación, Lacra. En este país se perdona hasta
el genocidio, en este país son buena gente, gente compasiva.
Entréguese, entréguese siempre...”
Así
que le dije que no al Estoy Muerto, que íbamos a deponer las
armas. Pedimos la presencia de Augusto Conte, de las madres de la sapla,
de Hugo Orlando Gatti, de Alvaro Alsogaray, de Pappo Napolitano. No
vino nadie pero se llenó de ortivas, es decir, de periodistas
y ahí les dio no se qué liquidarnos.
Así
que salimos, como pendejos de jarín de infantes, las manitos
bien arriba cantando “Que se muera Dios” de los Sabbath
y nos rendimos, loco, nos rendimos.
Salimos
en los pajerisores de todo el mundo, y los lustrabochas del cerebro
hablaron pestes de nuestra salud. Los Dead Kennedys nos dedicaron un
tema. Fuimos más famosos que la concha que parió a Cristo.
Pero nada de eso nos libró de la reja.
Aquí
estamos. En la tumba, condenados por toda la farsa.
Siempre
me dio un reviro de tristeza ver a esos gatos de derpa, boludazos, medio
capones, esclavos de una mano garda de morfi. O ver a esas plantas de
maceta, de ecanute en ese zoológico vegetarismo de un pelotudito
que se cree telépata de las plantas y les chamuya troladas.
Bueno,
la cárcel es medio así. Te van poniendo boludo.
Los
días y las noches llegan cuando ellos quieren que lleguen.
Dormís
y cagás cuando te dicen. Comés algo si les sobra algo
o si sos ortiva. Podés cojerte algún preso o hacerte la
puñeta o fumarte un caño o hablar pajerías todo
el puto día.
Lo
único bueno es la noche, cuando te dormís y soñas
que sos libre. Soñás que entra Nippur de Lagasch con la
banda de atorrantes de Lanús: Trolón, El Peronito, Jeringa,
Trolón II y la Anarconda y que te abren la puerta del infierno
y que salís y que te das un nariguetazo de sol y que otra vez
estás ahí con ganas de romperle el orto al mundo.
Es
bueno soñar porque a veces los sueños se hacen realidad.
No
siempre como vos querés, porque eso depende de que el hijo de
puta del capo de todo lo que existe haga parar la bolita de la ruleta
en el número que, de puro pedo, vos jugaste y, sin darte cuenta,
hiciste saltar la banca.
Capaz
que los cagás a todos y vos tomás la batuta.
©Enrique
Symns
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