domingo, julio 14, 2013

Improvisatione (parte ALQUIMIA DEL VERBO / fragmento)



Al comiendo fue un estudio. Escribía
silencios, noches, anotaba lo inexpresable.
Fijaba vértigos:
Lejos ya de rebaños, de pájaros, de
aldeanos,
¿qué era lo que bebía
entre aquella maleza, de rodillas,
en ese tierno bosque de avellanos
y ese brumoso y tibio mediodía?
¿Qué era lo que bebía
en ese joven Oise,
—¡olmos sin voz, oscurecido cielo, césped
sin una flor!—
en esas amarillas calabazas,
lejos ya de mi choza, tan amada?
Un licor de oro insípido que nos baña en
sudor.
Hacía yo de enseña dudosa de hostería.
—Una tormenta vino a perseguir los cielos.
En la virgen arena
el agua de los bosques se perdía,
y el vendaval de Dios
su granito arrojaba a la marea,
en el atardecer.
Oro veía, llorando —y no pude beber.
Hasta la aurora, en verano,
el sueño de amor perdura.
Bajo el follaje se esfuma
la noche que festejamos.
Allí, en sus vastos talleres
—y ya en mangas de camisalos
Carpinteros trajinan
bajo el sol de las Hespérides.

En espumosos Desiertos
 
tranquilos arman los techos,
donde, luego, ha de pintar
falsos cielos, la ciudad.
¡Oh, por esos Artesanos
de algún rey de Babilonia
deja, Venus, los Amantes
de alma en forma de corona!
¡Oh Reina de los Rebaños,
obsequiales aguardiente!
¡Que en paz; su fuerza se encuentre,
mientras esperan el baño
en el mar más meridiano!
Las antiguallas poéticas formaban gran
parte de mi alquimia del verbo.
Me habitué a la alucinación simple:
veía con toda nitidez una mezquita en
lugar de una fábrica, una escuela de tambores
erigida por ángeles, calesas por las
rutas del cielo, un salón en el fondo de un
lago; los monstruos, los misterios; un título
de sainete proyectaba espantos ante mí.

¡Después explicaba mis sofismas mági-
 
cos por medio de la alucinación de las
palabras!
Terminé por encontrar sagrado el desorden
de mi espíritu. Permanecía ocioso,
presa de pesada fiebre: envidiaba la felicidad
de las bestias —las orugas, que representan
la inocencia de los limbos, los
topos ¡el sueño de la virginidad!
Mi carácter se agriaba. Me despedía
del mundo en una especie de romanzas:






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