SEGUNDA PARTE
LA
BANDA DE LOS CHACALES
por
Enrique Symns
LA VENGANZA DE LOS CHACALES
La
fuga.
Algún
día siempre llega. Claro, si vos lo estás esperando.
Porque
la gente vive la opereta de la vida como si fueran extras. Hacen número,
van a la guerra o a la cancha conformándose con el pan y cebolla
de la gloria. Les pagan poco: los dejan comer, cagar, dormir, echarse
un mal polvo y en el medio les enseñan 200 palabras para que
las usen para decir siempre que sí.-
Hay
otra gente, que descubrió el curro, y se hace almacenero. Aprenden
a ganar mosca, a ganar concha o pija o a tener un poco de suerte en
el escenario jeropa de la fama. Un día cualquiera, por suerte,
se mueren de un paro en el bobo o desaparecen en el chupadero del cáncer.-
A
mi me gustan los que viven la vida como si fuera una cárcel y
se la pasan durante toda la lunga historieta haciendo un agujero en
el paredón de la vida para escaparse a la muerte.
Nosotros,
los Chacales, somos de esos.
En Caseros, tratábamos de hacernos los boludos pero no lo creían ni las pulgas que en vez de picarnos nos daban besitos. Los demás sopres nos esquivaban como si fuéramos charcos de lepra.
En Caseros, tratábamos de hacernos los boludos pero no lo creían ni las pulgas que en vez de picarnos nos daban besitos. Los demás sopres nos esquivaban como si fuéramos charcos de lepra.
Los
pesutis, para no hacer papelón, se mudaron al polo norte de la
tumba. Los covanis nos tenían tanto cagaso que si decíamos
que queríamos mear, abrían la boca bien grande.
Nos
habíamos mentalizado para bancarnos la reja. Si te hacés
la cabeza podés vivir doce años adentro del sócalo.
El que menos se lo bancaba el Pijo que te3nía terribles pesadillas
y empezaba a confundir culo de sopre con concha de rubia. La única
manera era alimentarlo a puré de lexotanil para enfriarle la
calentura.
No
podíamos ni hablar entre nosotros porque los quías nos
vigilaban hasta cuando cagábamos y escuchaban el ruido de la
soretada caer en el agujero. Esperábamos. Cualquier cosa: la
tercera guerra mundial, la invasión extraterrestre, el retorno
de la guerrilla o un descuido de cualquiera de los covanis. Pero la
viigilancia no se relajaba, la orden era marcarnos de cerquita por toda
la eternidad.
Estoy
Muerto hizo un curso de sogas, limas, túneles pero yo sabía
que era al dope, el único yeite era inventar una que nunca hubiera
sido inventada y que al patentarlo te tomás el piro.
Y
así fue, algún día un día llegó.
El
juez nos mandó llamar por quincuagésima vez. El quía
estaba enamorado de nuestro caso y entró en una de acostar jurisprudencia.
Yo había dado la orden de hacer un silencio más impenetrable
que el Matto Grosso. No declarar poronga ni una. Nos llevaban al palacio
del simulacro dos o tres veces por semana. Ibamos custodiados igualito
que Reagan.
Trescientos
patrulleros y un carnaval de sirenas policiales que ponían sobre
aviso a la gilada; “¡Ahí van los Chacales!-
gritaba el boludaje cuando veía la murga azul enfilando para
el centro.
Aquella
última vez no fue un día como todos.
Hay
veces que el día de pasado-mañana le hace un guiño
al día de ayer y entonces vos sabés hoy lo que te va a
pasar mañana. Y ese día, cuando nos subieron al bondi
de la colectividad de los afanados del mundo y, vimos las caripelas,
la alarma de fuga nos recorrió el espinel de la dorsal igualito
que cuando una trucha se engancha en el anzuelo de un pescador.
Y
así llegamos al laberinto de Tribunales, con la misma sensación
que tiene un coquero cuando ve llegar al diller.
Nos
cargaban de cadenas igual que a King Kong. Y nosotros íbamos
llevando el bocho, que es la caja de la mirada, bien apuntado hacia
el sopi cosa de que los ratis no vieran las ganas que teníamos
de destriparles la vida.
En
cuanto entramos al juzgado, vimos que la cosa había empezado.
En lugar de la atorrantita frígida de la secretaria, estaba la
Anarconda disfrazada lo mejor que pudo de persona normal. El pinche
era Trolón y el secretario del juez era el mismísimo Peronito.
Toda
la atorranteada de Lanús había participado del operativo
rescate. Se habían caído (un ácido como corresponde
para tales eventos) en el juzgado y después de encerrar al forraje
leguleyo en los armario ocuparon sus lugares.
El
problema fue que no pudieron representar una obra muy realista que digamos.
Más que actores de una peli de Sandrini, parecían zafados
de “The wall”; así que los ratis se avivaron al toque.
No les sirvió de mucho porque en cuanto intentaron sacar sus
pijas calibre 45, los sumergimos en las cálidas aguas del sueño
eterno.
Fue
darse un saque de un par de mogras por nariz, para que los Chacales
entraran en ritmo: vestirlo al Itaka con su armadura de guerra, usarlo
al Estoy Muerto como bolsa de pan para llenarlo de cuchillos, disfrazarlo
al Pijo de naca y hacerles unas caricias en la nuca a los ratis que
esperaban en la puerta; todo hecho en el mismo tiempo que vos tardás
en decir la palabra Sorete.
Lo
que fracasó fue el papel del Pijo. El quía no tenía
pasta de actor y, en cuanto lo vieron bajar las escaleras asfixiado
y asqueado en su disfraz de rati, hicieron sonar todas las alarmas.
Eramos
una patota terrible así que ahí mismo decidimos separarnos.
Peronito, Trolón y Anarconda se hicieron más que humo,
pedo y se mezclaron con la gilada.
Y
nosotros, la chacaleada, como una avalancha mortal, nos arrojamos por
las escaleras que dan a la calle Talcahuano y enfilamos hacia Corrientes
usando al Itaka como punta de lanza de nuestro ataque. El looque del
Itaka era tan espeluznante que hasta los nacas se hacían cocó
en los pantalones. Otra que Terminator o la pendejada de Allen, el loco
era un misíl ambulante y le salían balas hasta del agujero
del orto.
No
fuimos bilardistas, más bien monottistas: todos al ataque y al
arco que lo cuide magoya.
Tarde
nos dimos cuenta que Peronito como estratega es lo mismo que haberlo
puesto a Borges de centroforward. No hay nada que lo aburra tanto al
Peronito que tener que unir siete ideas en su cabeza. Cuando juntó
las siete se le escaparon las dos primeras y así todo el tiempo.
¿De
qué hablo? De que se olvidó de poner un piróscafo
en la tapuer de la justicia cosa de tener un modo de zafar rapidito.
Así
que de repente nos encontramos corriendo por la calle Corrientes sin
saber hacia donde joraca correr y rodeados de dos o tres mil giles desbandados
que cacareaban como gallinas. La única que se nos ocurrió
fue hacer quilombo.
Estoy
Muerto aullaba igualito que un dinosaurio cojiendo; Itaka, que tenía
la orden de no matar a nadie, disparaba sus cañones apuntando
apenas arriba del terror de la gentuza. El Pijo aprovechaba la corrida
para ir degenerando a las pendejas que pasaban.
No
habríamos llegado muy lejos de no ser por la repentina aparición
de la muchachada del MAS que venían protestando en contra de
alguna de las ocho mil chotadas que se mandaba el radichaje. En cuanto
los rebeldes con camiseta nos vieron y vieron a la yuta que por atrás,
cobardemente, se preparaba para borrarnos de este valle de excrementos,
se abrieron como un embudo y nos tragaron hasta el centro de la panza
de su ejército protestador.
Y
así nos fuimos derramando, como una dulce diarrea estival, sobre
las calles de la ciudad, avanzando hacia el Congreso y aprovechando
la caminata usábamos a la barra brava de los troskos como vestuario:
al toque nos convertimos en ardientes bolches.
-“¡Juicio
y castigo a los culpables!”- gritamos furiosamente cuando
zafamos de la marcha y nos zampamos en el subterráneo Retiro-Constitución.
El viaje por la cloaca fue tranqui y caretón. Para hacerla completa,
sostuvimos a los gritos una discusión marxista, tema del que
ninguno de nosotros tenía la más puta idea pero que como
la mayoría de la gente tampoco, sirvió para empezar una
polémica digna de ser televisada, en cadena, a todo el ispa.
Como a la gilada les encanta el chamuyo al dope, nos bajamos en la estación
San Juan y los dejamos entreverados en la parleta. Parecían catorce
mil gatas peludas apiñadas en la corteza de un árbol de
ciruelas.
Y
nosotros, puteando bajito, nos hicimos humo hacia el escondrijo.
La
venganza
El
Papa, ese gran hijo de dios, nos salvó cuando ya nos tenían
contra las cuerdas. Si bien el refugio del Peronito era bastante inexpugneta,
en cuanto se pusieran a rastrillar en serio nos enganchaban.
La
llegada del polaco errante distrajo la mirada del referí Troccoli
y a pesar de que el botonaje televisivo nos siguió dando con
un bazzoka, (comparado con nosotros, Charles Manson aparecía
como un buen candidato al premio nobel de la paz), pronto dejamos de
ser primera plana de las ganas de distraerse de la gente.
Así
que con la mosca que nos quedó por reventar dos loquis de blanca
nos compramos pilcha, un par de guitarras y nos fuimos a Mar del Plata
disfrazados del grupo de rock “Cáncer & Sida”.
Nos alojamos como bacanes en un hotel de cinco soles y la troupe estaba
completa: Anarconda de groupi, Peronito de representante, Trolón
I y II de plomos y Jeringa como ortiva de prensa. Nosotros éramos
la banda y formábamos así:
Itaka en batería,
Estoy Muerto en guitarra;
El Pijo en bajo,
y el que esto te vende en voz.
Itaka en batería,
Estoy Muerto en guitarra;
El Pijo en bajo,
y el que esto te vende en voz.
Cuando
la paranoia se tomó el buque me dí cuenta que la banda
corría el riesgo de desintegrarse. Viste que no se puede vivir
sin un plan. Te enganchás como una pantufla. Mucha frula, mucha
conchita rockera moscardoneando, mucha pileta y morfi finoli de ese
que no tiene gusto a nada. Se te empieza a engordar el cerebro, le sale
zapán al alma y, sin darte cuenta, se te jubila la bronca.
Pero
no había caso de inventar una. No se me ocurría como seguir
con el plan de secuestrar al presidente sin caerse del primer peldaño.
El boga fue muy claro:
-Quédense
tranquilos un tiempo hasta que la ley vuelva a echarse una siestita.
Si salen ahora, son boleta...
No
hay nada peor que estar de vacaciones en medio de la guerra.
Hasta
el Pijo se acostumbró a tener conchita fresca sin tener que recurrir
a la violeta. Le salió barriga a la pija y coger se le puso aburrido.
Itaka era un viejo tanque oxidado, un panzer atascado en el barro de
champagne con frula.
No
podíamos ni salir del hotel. Un día fuimos a la playa
enfundados en un disfraz de turista careta (sombrilla, anteojos negros,
silla plegable y todo el curro) y hasta las boludas de las gaviotas
nos sacaron la onda.
Como
líder yo me esforcé por conservar no te diría la
imagen sanmartiniana pero si mengueliana de mi mismo. Me sentaba al
borde de la pileta saboreando con cara de asco mi vodka con gancia,
y ponía mi mirada fija en esa pajería infinita que es
el cielo, con cara de estar gestando el mayo francés. La verdad:
mi cabeza era un envase hermético y sellado al vacío de
nada. Encima Estoy Muerto y Anarconda entraron en una de romancear y
andaban enroscados dandose esos besuqueos pegajosos que no apuntan a
que todo termine en cojinche sino en la chitrulez del cuchicheo. Así
de podridas estaban las cosas cuando el Peronito que no sé si
te dije que desayunaba, almorzaba, tomaba el té y cenaba con
ácido y que ya no tenía lo que se dice una mente o un
alma o lo que carajo sea lo que hay en la parte de adentro de las personas
sino más bien un manicomio con todos los psiquiatras y enfermeros
en huelga; te decía que así estaba la onda cuando el Peronito
entró en una de tomarse en serio su papel y le consiguió
un contrato a la banda “Cáncer & Sida”
para tocar en un boliche rockero en el centro mismo de la Infeliz.
Como
explicarte: los únicos instrumentos que cualquiera de los chacales
sabían usar eran ametralladoras, pijas, navajas o camiones.
-No
hay problem- dijo Peronito haciéndose el Grinbank- se
suben ahí y sacuden las guitarras, a la pendejada le copa el
ruido. Llevamos unos cuantos perros y los destripamos en escena, onda
Kiss, viste...
No
me pidas que te cuente como fue que entramos en ese delirio del Peronito.
La cuestión fue que al otro día estábamos ensayando
un tema que compuso Estoy Muerto y que se llamaba “El rock
de los chacales” y que era así:
“EL
ROCK DE LOS CHACALES” (Por Estoy Muerto, arreglos de Itaka)
Cuando
los pájaros oscuros te vengan a buscar
no intentes escapar;
si encontraste aquello que tantos años perdiste en buscar
no creas que no te vamos a matar;
en el escenario, en la cama, en la ruta, en la tumba
igual te vamos a encontrar
no intentes escapar;
si encontraste aquello que tantos años perdiste en buscar
no creas que no te vamos a matar;
en el escenario, en la cama, en la ruta, en la tumba
igual te vamos a encontrar
Estribillo
En
tu cielo, a volar
Te vamos a matar (2 veces)
En tu noche, a soñar
te vamos a matar (2 veces)
En tu lucha, a ganar
te vamos a matar (2 veces)
Te vamos a matar (2 veces)
En tu noche, a soñar
te vamos a matar (2 veces)
En tu lucha, a ganar
te vamos a matar (2 veces)
Cuando
los pájaros oscuros te inviten a volar
no intentes imitar;
aun cuando parezcas un gran tipo dispuesto a delirar
igual te vamos a matar
te voy a enseñar que no vale la pena simular
te voy a destrozar
no intentes imitar;
aun cuando parezcas un gran tipo dispuesto a delirar
igual te vamos a matar
te voy a enseñar que no vale la pena simular
te voy a destrozar
(se
repite estribillo)
Cuando
los pájaros oscuros te obliguen a cantar
sabrás que nunca supiste vibrar
que nunca me pudiste engañar
que te voy a asesinar
sabrás que nunca supiste vibrar
que nunca me pudiste engañar
que te voy a asesinar
(Final
con estribillo)
Improvisar
aquel tema nos recontracopó y a pesar de que sacábamos
que era una pajería subirse a la candileja para cantarle el arroró
a la pendejada, nos mandamos al recital parecido a un aprendiz de torero
que, en el debut, sale a torear un mamut. Andá a saber como mierda,
pero el recital de los “Cáncer & Sida”
fue un lleno completo. Más de mil jopendes se pusieron con los
siete pinguinos de la entrada para ver a una banda que nunca había
existido y que, además, después de esa noche, no iba a
existir.
El
boliche era un velorio moderno: esa onda epiléptica de las luces
estroboscópicas que te convierten en una fotografía en
negativo de vos mismo y todo ese clima de resaca que hace que la gente
no tenga ganas de chamuyo ni de coger, ni bailar y ni siquiera de tirarse
un buen pedo.
Pero
eso es problema de la gilada, a mi lo que me jodió fue lo que
le pasó a los Chacales: en el camarín, de entrada se pusieron
en super-estrellas. Que decirte, imbancables. Entraron en una de esas
troladas de creerse que salir al escenario a batir cualquiera, era una.
El Pijo que cuando coje no está nervioso, Estoy Muerto que cuando
deguella no siente un placer especial estaban histéricos como
si les fuera la vida en la pajería que íbamos a hacer.
Cuando
entró Charly García al camarín para desarnos suerte
fue lo máximo. Casi se ponen a gritar como conchas groupies “¡Ay
Charly, Charly...!”.
Ahí
fui ejemplo. Puse sobre el vidrio una carrera tan larga que ni la liebre
ni la tortuga ni el campeón mundial de las maratones y ni siquiera
la nariz de Caputo podía llegar a aspirar sin respiro, sin parar
y en 30 segundos. Y yo lo hice. Me dí un saque de un metro de
largo, yo, nada menos que yo que no me gusta snifar. Porque la vieja
puede ser puta, pero la nariz es sagrada porque por algo el aire eligió
entrar y salir por ahí y no por el orto.
Y
así, careta de alma pero reloco de bronca, empujé a la
manada al escenario.
Viste
que los buenos negocios los inventaron los yanquis, bueno, yo creo que
la casualidad la inventaron los yanquis, porque no puede ser que pasara
que justo cuando empezamos a tocar el único tema que sabíamos
y que después andá a saber lo que le íbamos a tirar
a la gilada para que se bancaran pagar 7 palos por ese bardo; no puede
ser que justo entrara la yuta a pedir documentos al boliche. Eran los
pesutis de civil, de los que no sabés a que vienen, si a robarte
todo o a exigirte que devuelvas todo lo que vos robaste. Eran como siete
y se desparramaron por el área penal buscando la falta. Tenían
esa jeta mal parida de los canas de civil, pero había uno que
otra que Itaka, era el recontraitaka. No tenía una cara, sino
un tic, el tic de la muerte. Cancheros, se fueron desparramando po rla
pista evitando el orsay. Y ahí se armó.
Yo
lo tenía al lado al Estoy Muerto y le ví la transformación,
otra que el tal doctor Jekyl. El quía dejó de tocar y
al toque, como en una jugada pensada pero no, todos paramos. Se hizo
un silencio choto. Estoy Muerto, más duro que la poronga del
Pijo, le puso la mirilla telescópica de su mirada al recontraitaka.
No se cuantos momentos pasaron en ese momento pero en lo que duró
esa pijada de instante sé que el Itaka se levantó de su
asiento, el Pijo se descolgó el bajo, yo tantié la granada
que siempre llevo en mi bota y ahí el Estoy Muerto dió
un paso adelante y dijo aquella frase gloriosa...
-Rata,
que te pasa, rata...
El
rati recontraitaka no lo pudo creer. La pendejada disfrazada de punkie
no lo podía creer. Los demás ratis no lo podían
creer.
Y
un invisible pasillo se abrió entre ellos. Se cojieron, se destriparon,
se mataron con los ojos. Estoy Muerto y el rati solos, mirándose
en aquella. Y solamente ellos dos supieron antes de los demás
quien había ganado la pelea. Estoy Muerto empezó a reírse,
si podemos decir risa a ese carajudo escalofrío que le brotó
de la cara y que rasgó el silencio como una navaja y mientras
reía bajaba del escenario y caminaba hacia el rati. Y la risa
fue el cuchillo que lo tajeó al naca. Y cuando estuvieron a la
misma distancia que una estampilla pegada al sobre, el cana arrugó.
Yo
sé lo que vió el rati en la mirada de Estoy Muerto. Vió
que estaba muerto y que los muertos no tienen miedo y que a los muertos
no los podés asustar con gilada. Y por eso me bajé del
escenario y por eso bajaron también el Itaka y El Pijo que se
dieron cuenta de lo mismo y dosos nos dimos cuenta que no teníamos
nada que perder porque ya lo habíamos perdido todo y darse cuenta
mató. Los Chacales volvieron, en un instante, a ser los Chacales.
Nos
pusimos los cuatro a la par, como en las Farwes, y sin armas en la mano,
sin decir nada, ametrallándolos con los ojos hicimos retroceder
a los ratis hacia la puerta. Uno hizo ademán de desenfundar la
45 y su gesto quedó congelado cuando el Itaka, casi en un susurro,
le dijo:
-“No”
Fue
la última palabra. No dijmos ni nadie dijo más nada. Hasta
las moscas se quedaron moscas pegadas a la pared. Solamente se escuchaba
el ruido de los pasos, de nuestros pasos y los de toda la pendejada
que, casi hipnotizados, comenzaron a seguirnos. En la calle, los canas
comenzaron a llamar por las motorolas. Pero nosotros ni bola, seguíamos
caminando enfilando hacia la calle San Martín. Eramos como mil,
todos en silencio, caminando como zombies hacia ninguna parte. Yo no
sabía adonde íbamos, ni el Itaka ni el Pijo ni Estoy Muerto
ni ninguno de los que caminaban atrás nuestro. Caminar así,
sin miedo, sin que importara un joraca lo que iba a pasar al llegar
a la esquina era lo más, era el título mayor, el diploma.
A
las tres cuadras éramos como tres mil que marchaban porque la
gente se iba sumando. Nadie preguntaba nada, nadie sabía de que
se trataba pero en cuanto veían la onda se prendían a
la nave.
La
barrera policial estaba a la altura de la Jockey Club.
Estaban
con toda la parafernalia que se ven en las películas y también
en la realidad: pistolas lanzagases, camiones hidrantes, palos y pistolas
desenfundadas.
Nos
dieron la voz de alto y un minuto para desconcentrarse en caso contrario,
la de siempre.
Sin
darnos vuelta, sentimos el escalofrío en la espalda. El miedo
había despertado en la tripulación que se había
colado en viaje. Allá ellos, me dije, que se jodan.
Observé
atentamente la tropa enemiga. Eran como 30. Pero yo buscaba al capo.
Y allí estaba el ofiche, fumando, enfundado en un jetra elegante
pero recaretón, ortivando por la motorola. Y me dije, a por él.
Y
comenzó a caminar.
Atrás
mío y, casi al toque, el Itaka, el Estoy Muerto y el Pijo respetando
los centímetros de diferencia que hacían que yo fuera
el capo y no ellos, me hicieron de retaguardia.
El
ofiche hizo apenas una seña y sentí que era como el “apunten”
de los fusilamientos.
Cuando
el boga trató de aparecer en mi mente para aconsejarme rendición,
tregua o alguno de esos chamuyos, lo borré de una cachetada.
Recuerdo
que pensé:
Capaz
que no vale la pena, capaz que siempre hay una mejor para hacer la escena
principal de la vida, pero una vez, al pedo nomás, hay que probar
para darse cuenta.
Capaz
que hasta no pueden con nostoros.
Andá
a saber.
FINAL
REPORTAJE
A “EL LACRA”
Este
breve e histórico reportaje fue realizado en la alcaldía
de Tribunales, pocas semanas antes de que se produjera la fuga de la
feroz y peligrosa pandilla conocida con el nombre de “Los Chacales”.
Curiosamente, el Lacra, el jefe de los pandilleros, accedió a
esta entrevista y además narró algunas anécdotas
de su vida que echan un poco de luz sobre la despiadada matanza que
organizó. El cassette en que se grabó está a disposición
de la justicia y de todos los estudiosos que quieran escucharlo.
¿Porqué
aceptaste que te hiciera un reportaje?
Para
decir un par de giladas, para aburrirme menos...
Pero
no se lo diste a “La Semana” o a “Gente” que
supongo te deben haber ofrecido mucha plata...
Vos
sos medio ratón, mucha plata para mí es mucha plata...
tu revista es una pajería como todas las otras. Yo leí
algunos libros no te voy a negar, en este país no te queda otra
que terminar leyendo. Estoy Muerto peor, se leyó todo. Pero leer
no está con nada, uno lee cuando anda al dope... tu revista encima
le hace el bocho a la pendejada...
Bueno,
ustedes también pueden ser un ejemplo para los jóvenes,
un ejemplo violento, en la onda “matar por matar”
¿Matar
a quién? Cuando vos matás a alguien que es alguien es
como echarse un polvo. Esos tipos que matamos nosotros no los matamos
nosotros, ya estaban muertos, eran de cartulina. Es lo mismo que echarse
un polvo sobre un cadáver, vos sabés que estás
sólo. O me sentí solo mientras los mataba...
Pero
no podían darse cuenta antes, por ahí mataban a alguien
que “estaba vivo”...
Mirá,
si vos no querías morir no ibas a estar ahí justo cuando
la muerte te vino a procurar... el tipo que sube a un avión que
se cae es un tipo que subió al avión a caerse...
Sabés
que entre el centenar de muertos...
Fueron
185...
...
que entre los 185 muertos había algunos niños...
¿Y
qué? Cuando el terremoto llega a un pueblo, el terremoto no golpea
la puerta de la casa para preguntar: “¿Aquí vive
algún niño?”, el terremoto agarra y se carga a todos...
¿Cuál
era la idea de secuestrar al presidente?
De
eso no te digo ni mú.
Entonces
me gustaría que me contaras tu historia...
De
eso tampoco...
Pero
es una manera de comprender...
Comprender
un joraca, comprender es un verso de yuta, vos no querés comprender,
vos queres que yo te dé mi palo para poder decir “Ahhh,
fue por eso!”...
Creo
que tenés razón, pero tengo la impresión que te
dá temor hablar de vos...
Temor
es una palabra de miedoso. O tenes miedo o no tenés nada. Vos
tenés miedo, ahora. Se te vé. Estás haciéndote
el bueno para que no me raye. Y hastá pensás si el yuta
que vigila llegaría a tiempo. No, no llegaría. Pero no
te calentés, no pasa nada.
Insisto
con tu historia. Parte ya se conoce. “La Semana” prácticamente
contó tu vida...
Contó
lo que le contaron, la vida de uno no la sabe nadie. Bueno el día
que alguien la sabe ya no es tu vida...
...reportearon
a tu padre
Yo
no tengo padre. Un señor se echó un polvo con una señora
y después escupieron esa cosa que fue su hijo. ¿Pero viste,
Alien? Bueno, de ese coso que era ese hijo del polvo de la señora
y el señor, a esa cosa se le abrió el bocho y salí
yo graznando (ríe)... yo soy el hijo de mi propio polvo...
Tu
padre... o ese “señor” como vos lo llamás
contó cosas de vos... contó, por ejemplo, que estuviste
secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada cuando tenías
14 años e inclusive el abogado que te defiende va a fundamentar
en tu defensa las profundas alteraciones mentales que esa experiencia
produjo...
Boludeos...
¿Sabés como fue? No fue como lo contaron en “La
Semana”. Yo estaba laburando de cadetón en un estudio de
abogacía. Sí, ese medio gil, todavía no era yo.
Y bueno un día aparecieron los quías de la capucha. Venían
por los bogas y de yapa me llevaron a mí. Pero no me podían
soltar y tampoco se coparon en una de borrarme del pizarrón.
Fue una gilada, tenían que haberme limpiado. Mirá el quilombo
que tienen ahora...
Estuviste
dos años encerrado...
Sí,
pero no tanto de encerrado. De cadete de los bogas pasé a ser
cadete de los milicos. Hacía de todo. Limpiaba los baños,
limpiaba las celdas, cebaba mate. Entré en una de hacerles creer
que me copaba. Morfaba con ellos, me reía como un ortiva de sus
chistes boludazos. Y me dejaban andar por todos lados. Al principio
no me animaba, pero después entre en una de ir a mirar las “sesiones”.
Y ahí me fui dando cuenta de como era la cosa.
¿Y
cómo es la cosa?
Que
el único lugar donde te pueden agarrar es en el dolor, que tenés
que estar muerto en vida para que nada te duela, tenés que ver
lo que es ver a untipo mientras lo convierten en nada, le arrancan el
libreto de la zabiola. Creo que matar te lleva al otro lado, pero torturar
te manda al carajo, más allá de todo, no sé adonde
mierda queda eso. Habría que hacer como con las arañas,
no preguntarse si es venenosa o no, pisarla al toque...
¿Conociste
al teniente Astiz?
Sí,
era el chabón más pirado de ahí, el quía
se creía Hoppalong Cassidy. Un día se me sentó
enfrente y se mandó el filo de mirarme con esa mirada parecida
al cubito de hielo que mandó al pique al Titanic. Y ahí
hablamos la única vez.
¿Qué
hablaron?
Me
dijo: “Vos te hacés el boludo”. Y yo, al
toque: “Si vos lo decís”. Ahí el
quía se echó a reír con la carcajada de un hacha
y me dice: “Vos estás más loco que todos nosotros”.
Y ahí me di cuenta que sí, que todos los que estaban ahí
estaban en alguna, los chupados y los chupadores. Vos tenías
que verlos., hasta los que les gustaba solamente mirar, se copaban en
mirar cómo se le hinchaban las tetas o la concha a una mina o
cómo saltaba una poronga cuando la cableaban. Después
iban a hacerse la paja. Pero yo miraba y no me pasaba nada. Lo veía
como una obra de teatro. Un día se cojieron a una nena de 12
años delante del drepa y el quía mientras se al recogía
lo miraba al padre y cuando se echó el polvo se lo echó
al viejo. El padre aullaba, lloraba, la nena gritaba y a mi todo me
parecía un trip, bueno como en un trip, todo es una película.
¿Te
comunicabas con los prisioneras
No,
me tenían desconfianza, para ellos yo estaba en el otro bando...
¿Hubieras
hecho algo por ellos de tener una oportunidad?
A
“hubiera” no se lo llevaron preso porque nunca estuvo, así
que es pajería hablar de lo que hubiera hecho...
¿Y
cuando saliste, cómo fue salir?
Un
día me soltaron. Hasta comimos un asado de despedida. “Se
va el pibe” decían todos. Fijate que cuando estaba adentro
soñaba con matarlos a todos. Cuando salí se me cambió
la cabeza, vi lo que pasaba con la gente...
¿Qué
pasaba con la gente?
No
son gente, son ratas. Ni ahí. Las ratas capaz que mueren defendiendo
a sus crías. Pero acá estos roñosos se dejaron
llevar todo. Y después nadie vio nada. Y encima se olvidaron.
Y encima ni siquiera se vengaron, se mandaron el bardo del juicio. Pero
te cuento, cuando una vez vos arrugaste en una pelea, te queda para
siempre. Les va a quedar para siempre. Eo que pasó ahí
es un cáncer. Todos tienen cáncer y se los va a comer
despacito. Y nosotros, los chacales, no vamos a matar asesinos, vamos
a matar giles, a esas malas ratas, y lo vamos a hacer de puro cáncer
que somos...
Finalmente
contaste tu historia...
¿Vos creés?.. Andá a saber.
¿Vos creés?.. Andá a saber.
(Contratapa
del libro)
“No
Future”, de The Partisans estalla en mi cabeza mientras escribo
esto. Es la música apropiada para esta Banda de los Chacales,
para los miles de Chacales que existen en esta ciudad. Para estos Chacales
que son lo más de todo lo que se ha leído en los últimos
tiempos. Serán suceso, no me cabe duda.
En
una ciudad en la que por cada policía muerto, doce civiles son
acribillados; en un país en el cual 23 capitanes sublevados de
Campo de Mayo volverán a estudiar en la Escuela Superior de Guerra
el año que viene; en un territorio en el cual la economía
va de mal en peor a pesar de los técnicos y su palabrerío
traidor; donde la moral y los ánimos andan para el Rejoraka;
la aparición de esta Banda de los Chacales es un alivio, un llamado
a la razón, un deseo multitudinario.
Para
mí es un gran orgullo cubrirles las espaldas al Pijo, al Itaka,
al Estoy Muerto y al Lacra. Para mí esto es la cúspide
de mi notable ccarrera.
Y
lo único que les puedo decir es que compren esto, no sólo
porque es lo mejor de la literatura porteña, sino también
porque de algo tenemos que vivir.
Larga
vida al rock´n roll y buena muerte a los Chacales.
Helmostro
Punk
©Enrique
Symns
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