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Una versión del cuentito sin poderlo pensar:
después de hablar con mi amiga y de
esta dejarme la impresión de vacío seguido de angustia, me entregué a
las voluptuosidades de la desesperación. Mi nombre: es el que escribe:
ah ts `ib.
Entré por fin en esa miserable
librería. Frente a mis ojos el libro antiguo del que recuerdo hoy ya
casi nada, una cosa sí. En el parque cercano reapareció a mi lado Peres y
ahora acompañado por un tal Alberto. Se brindaron conmigo a la lectura
de aquella amigable recomendación. Solo unas hojas salteadas.
Paréntesis. Charla con la amiga; las tres caras del individuo con cara
de asombro; amiga recomienda un libro; habla, así; habló:
“ la existencia de los libros no
solucionan ningún aspecto; la existencia de dichos libros inclusive, es
una leyenda, suplementa nuestras faltas”.
Igual me dio un titulo. Ella estaba
podrida de todo. Solo quería ir a las montañas o sierras “no lo leas
entero comete al menos una palabra” escuche antes de irse “presta
atención”.
Extraño. Raro. En el ajado libro
encontramos la dirección exacta del hombre que golpea el yunque. Recorre
nuestras respectivas columnas ficticias, un miedo; ya lo conocía Peres
con ese y Mario creía. No Erica. Y yo menos. Alguien que esta en su
lugar, me dice que lo esta suplantando, que él se fue a la feria: lo
podes encontrar ahí. Lo ultimo que recordamos los tres, es como en
espejo un volante sobre la mesa y su par en nuestro casi destruido
libro. Leímos: “todo son por lo menos dos cosas” al derecho y al revés.
Se quemó el duplicado del libro junto con las hojas, las tapas, sus
dobleces, todo. Se sonrió el suplente. Vayamos a la feria; rajemos. Y
ahora que?. Lo ultimo que podemos decir del libro es:
“los cenicientos despojos de libro
quemado son volatilizados por viento feroz; el largo peregrinar de
Mario, Alberto y Péres es seguido por docenas de seres imaginarios y una
tertulia funesta aguarda a nuestra tríada de héroes con fauces
abiertas, intenciones oscurísimas”. Peres pretende expresarse con mucha
corrección a veces. Algunas anotaciones mas de y en su cuaderno América
de tapa roja: “musita_ después de la angustia que siguió al vacío
(producido en mi, catalizador por la charla con mi amiga) y adentrándome
en una desesperación insipiente...”
o esta: “me propuse hallar ese libro
al que ella hacia referencia. Me dirigí hacia la librería que aun ajena a
mis tribulaciones satisfizo mi búsqueda. Estaba allí (como me había
anticipado) ese libro ajado y casi destruido en la mesa de saldos.
Emigré de dicha institución impulsado por mi curiosidad. El parque con
su silencio contribuyo a la lectura. Lo abrí y no con poca ansiedad
hojeé sus paginas como quien espera la solución a un antiguo enigma...”
etc.
Me temo que lo de Peres ya no tiene solución.
En una caminata larga de mierda,
fuimos. Llagamos por fin a la dichosa feria, que era un real galpón,
grande, cuadrado, un cubo. Para entonces Mario sufría de aburrimiento,
estaba un poco hinchado las pelotas. Del otro con “ese”, propio a su
naturaleza, juzgaba un incierto equilibrio entre su metafísica
incomprensión y el lúdico encanto de seguir a un gato por debajo del
chasis de más de un automóvil.
Doloroso para los tres fue entrar. El
día se hizo noche y la noche caca. El piso parecía cubierto por una
película oleosa. ( Peres: quisiera aclarar, que las referencias a día
virando en noche y esta en un despojo miserable son a mi entender
observaciones obscenas e innecesarias que Alberto probablemente se vio
forzado a hacer por aquellas inmanentes irrupciones, abruptas, que el
futuro acomete contra el presente de la narración). Sentimos cruzar un
portal fantástico, dijo Mario. Al sub. mundo, Peres. Unos portones
grandes con rieles gruesos arriba; una cadena de eslabones algo
desparejos, nada que llamara excesivamente la atención, nada que nos
diera a suponer lo que iríamos a vivir. Mario esta vez salía de su
estásis emocional, el fluido emotivo volvía a correr por sus venas. Se
envalentonó, supongamos.
Mario: -los dejé. Recuperé estímulos. Ya estaba próximo a olvidar lo que sentía. Necesitaba irme.
Peres algo temeroso me pregunta en
que momento es que se fue Mario. Yo fui el ultimo en llegar a este
individuo de caras, igual creo haber comprendido, entonces, guío a
explorar al hombrecito del nombre con “ese” a buscar al hombre del
yunque.
La feria-galpón se torna en gruta. Laberinto. Vamos. No te separes.
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Los monstruos salían de las calles
laterales. Algunos enfundados con gruesas pieles exóticas a nuestros
ojos. Minitas palarmences, jóvenes modernas con lentes de carey y
“tishers” rojas a rayas. Combinadas con blanco, el espectáculo daba
miedo a Peres y a Mario (que no soy yo) lo ponía lumínico de gusto. Se
sentía el estrés en el aire. Mascaban chicle y portaban recipientes con
agua y pico vertedor, golosinas. SOHO. Holliwood. El horror del loco
vende tutti; los guiños de las chicas de las lámparas; la bruma espesa
de los muertos vivos, en ropajes de muertos, en ellos con vida de nuevo.
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Y horrorosas estrellas de cine.
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Nunca encontramos al hombre que
golpea el yunque. De lo que nos desayunamos es que su nombre es Tejo y
que de su cuerpo no se sabe nada. Extrañamente las personas a las que
preguntamos no sabían describirlo; ni informar sobre su paradero. Sin ir
mas lejos… el único que mas o menos lo recordaba era yo: “el último en
llegar a este cuerpo de rostros”.
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Me es imposible narrar que fue ahí
adentro. Uno de los tres desapareció y al volver estaba notablemente
cambiado. Yo guié a Peres por los pasillos mas oscuros; por porciones de
techos destruidos, donde podíamos ver que el día se apagaba sobre la
cuidad, caía la convención. Hubo corridas. Nos encontramos en el puesto
de evacuación de dudas; había predicho Peres en su afán de hablar bien.
Mario no estaba ya, y sin embargo acaba de llegar al punto de encuentro;
le pega en la boca para callarlo. Salimos. Presente.
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