4 Diciembre 18...
He
sentido al nacer el deseo de corregir esta naturaleza humana que sentía frágil
e imperfecta. Mi vida luego la he consagrado a esa sola intención. La lógica no
ha secundado mis esfuerzos. La lógica debe resentirse de la misma imperfección:
es también humana. La lógica aconseja echar agua sobre el fuego para
extinguirlo. Yo he ensayado apagar el fuego colocando un frasco dentro de una
cartera.
No
lo he conseguido.
De
este fracaso me queda el consuelo de haber ensayado un procedimiento personal y
que no se lo debía por cierto a la lógica de los hombres, que si saben apagar
el fuego, no saben en cambio ser felices. Yo he querido ser feliz. Tenía que
seguir necesariamente otro camino.
No
hubiera discutido con nadie el problema. Me parece pasado de moda. Pero para mí
me he dicho: ¿Tengo un alma? Sí. Y, ¿qué es? ¿Una silueta imperceptible de mi
persona viajera, externa, inconsútil, vaporosa, etc.? Estas son formas
consecuentes a la lógica humana. El espíritu se desprende de la materia, si no
es ella misma, no tiene ni vida, ni color, ni figura, ni nada. La lógica de los
hombres es la lógica de los niños de Macedonia, donde nacieron los filósofos,
la misma que la de los niños de Manaos (Brasil).
Mi
madre nos cortaba y cosía la ropa y jamás nos bordó letra alguna ni puso mayor
cuidado en nuestras camisas que en el dobladillo de un trapo de cocina. A pesar
de sus olvidos de civilizada, crecí fuerte, lo mismo que mi pobre hermano,
aquél que sirvió para experimento.
Esa mujer que cumplió
con su deber tenía el temperamento de un artista y por eso fue simple en las
ropas que hizo para vestirnos. Yo quisiera escribir mis cartas sin dobladillo,
con su misma sinceridad y sencillez.
De
la elegancia mientras se duerme (Bs.As., 1923, con
traducción al francés, en 1927; Reedición de la Editorial Simurg, Buenos Aires,
Argentina, 1997, de donde se tomaron los extractos que presentamos.)
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