domingo, mayo 27, 2012

Carta a Antonin Artaud


Nanaqui, ojalá pudiera volver a vivir mil veces ese momento en los muelles y cada hora de esa noche. Quiero sentir otra vez tu violencia y tu dulzura, tus amenazas, tu despótico poder espiritual… el miedo que me provocas y las alegrías punzantes. Miedo porque esperas tanto de mí… eternidad, lo eterno, Dios… esas palabras… todas tus preguntas. Quisiera responderlas con ternura. Si te parecí esquiva, fue solo porque tenía mucho que decir. Siento que la vida es un ciclo, una larga serie de sucesos, un círculo y no puedo separar un fragmento porque me parece que los fragmentos no significan nada. Pero todo parece resolverse, fundirse en un abrazo, en la confianza en los instintos, en la tibieza y fusión de los cuerpos. Creo totalmente en lo que sentimos cuando estamos juntos. Creo en ese momento en que perdemos toda noción de realidad, en la separación y enajenación de nuestros seres. Cuando cayeron los libros, sentí alivio. Después, todo se volvió tan sencillo… hermoso y dulce. El tú que casi causa dolor, porque el lazo es tan apretado… el tú y todo lo que me dijiste… Recuerdo la ternura y recuerdo que estabas feliz. El resto es solo la tortura de nuestras mentes, fantasmas que creamos… porque para nosotros, el amor tiene repercusiones inmensas. Debe crear; tiene significado profundo, contiene y dirige todo. Para nosotros tiene la importancia de estar mezclado con nuestros impulsos. ¡Es demasiado importante…! Lo confundimos con la magia, con la religión…

Cuando nos sentamos en el café, ¿Por qué pensaste que me distanciaba de ti? ¿Sólo porque estaba alegre, jubilosa…? ¿Jamás aceptarás esas corrientes subterráneas mías…? Nanaqui, debes creer en el eje de mi vida: la expansión de mi yo es inmensa; engañosa sólo en la forma. Ojalá pudieras leer mi diario de infancia para saber lo fiel que he sido a ciertos valores. Por ejemplo, cuando reconocí en tí a un ser majestuoso en un reino que me ha perseguido toda la vida.

Nanaqui, esta noche no quiero agitar ciertas ideas… sólo quiero tu presencia. ¿No te pasa lo mismo, esto de elegir un momento amado (nuestro abrazo en los muelles) y aferrarte a él? Cierro los ojos y lo evoco intensamente, como en trance, y ya no percibo la vida presente, nada, nada sino ese momento. Y después la noche, la sucesión de tus gestos, la fiebre, el desasosiego, la necesidad de volver a verte, una gran impaciencia… 


ANAÏS, 18 de junio de 1933
 

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