Mi vieja no me pegaba siempre. Era mi padre, mi viejo, que con toda la parsimonia de la humanidad se sacaba el cinto o a mano abierta y estallaba en mi cada sonido apagando, el sumbido y cada nota futura. Quedaba sin sonidos el tiempo suficiente para reflexionar y para sentirme ajeno al resto de los hombres
mi soledad
era entonces perfecta. De nada serviria llorar o gritar.
… … ...
Del libro
falsificaciones 2
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